Felipe Lozano, director Lihaf Compañía
Crónicas

Felipe Lozano, el hombre en busca de su propia danza

Los adultos mayores encuentran en el baile un poder de resiliencia que los lleva a transformar su cuerpo con total vitalidad.

Todo comenzó con un temor absoluto. Habían pasado apenas dos años desde que Felipe Lozano llegó a Bogotá con la plena convicción de convertirse en un gran bailarín. Los primeros pasos en el grupo de danza folclórica de Honda, su pueblo natal, le habían servido de brújula para definir el rumbo que tomaría en la vida; pero ahora, se enfrentaba a uno de sus mayores temores, quizá el que tenemos todos los seres humanos: envejecer. Era el momento de impartir, por primera vez, una clase de danza a un grupo de adultos mayores.

Aunque Felipe tenía apenas 30 años, el miedo a descubrir sus debilidades o pérdidas futuras por medio de otros cuerpos, le quitaba total tranquilidad; pero no había opción, el dinero se hacía necesario para sobrevivir en la capital colombiana, pagar sus estudios y seguir caminando hacia esa meta que se trazó desde que era un niño, cuando en compañía de su madre disfrutaba la música colombiana que transmitía una de las emisoras tolimenses que se acostumbraba a escuchar en casa; allí nació su pasión por la danza.

A partir de entonces, la vida de este hombre hondano por adopción comenzó a girar alrededor de los diferentes lenguajes dancísticos. Sus pies tocaron escenario por primera vez en 1980, después de ser elegido en las audiciones del colegio donde cursaba noveno grado, para participar en una de las presentaciones artísticas del aniversario de aquella institución; fascinado con la experiencia, Felipe se abrió paso en el grupo de danza folclórica de Honda, donde estuvo durante 10 años, hasta que decidió ir a Bogotá para probar suerte.

Entre trabajos informales y trueques, Felipe adelantó sus estudios en danza contemporánea, ballet, teatro, folclor y docencia; pero ese primer día con los viejitos, como él suele llamarlos, marcó un antes y un después en su carrera. Eso fue en el año 1992, cuando sus miedos ante la vejez se empezaron a derrumbar, mientras reconocía que el arte era algo innato en su ser; fue una maravillosa oportunidad para descubrir otro mundo a través de la danza, como lo han hecho cientos de personas mayores que han participado en sus clases. Algo mucho mejor de lo que esperaba y nada fatal como lo había imaginado.

Con esta experiencia que, como menciona, se convirtió en un amor eterno, Felipe comenzó a crear una metodología adecuada para esos cuerpos que, en medio de muchas limitaciones de motricidad o enfermedades crónicas, siempre tienen la disposición de interpretar y absorber, como una esponja, el conocimiento y la experiencia sensorial que permite la danza. Todo esto en medio de la energía única que los caracteriza y que, como dice el maestro, les exige cada vez más, asombrando gratamente a todos a su alrededor y llenando de vitalidad cada espacio por donde transitan.

Y es que son los escenarios donde se hacen visibles las capacidades expresivas de los adultos mayores, esas que se descubren con la combinación efectiva de los diferentes elementos dancísticos: un poco de ballet, trabajo con los pies, estiramientos, fluidez, contacto, pequeñas flexiones, posturas, marchas y ondulaciones aptas para ellos; esto sumado a la conciencia que tienen de los elementos del espacio, tiempo, energía y peso, que conforman la técnica adecuada para que puedan danzar su propia danza.

Uno de esos escenarios ha sido la Casona de la Danza, un equipamiento de vida y movimiento que está a cargo del Instituto Distrital de las Artes – Idartes, donde Felipe fue residente por más de tres años, logrando, a través de ensayos, talleres y entrenamientos, que las personas mayores  aprendieran los beneficios de la respiración, el trabajo articular, la socialización y todo el componente lúdico que implica la danza. A partir de entonces, Felipe y sus viejitos están inmersos en el terreno de la interpretación, la emoción de los personajes, las figuras y coreografías, para expresar sus talentosas personalidades y ser parte del sector cultural.

Felipe Lozano en la obra Macondianas

Así es como viven la danza los adultos mayores, absorbiendo todo a nivel escénico y dejando a un lado los movimientos de los niños y los jóvenes para buscar, por ejemplo, que si bailan un bambuco sea desde su sentir, su temporalidad, a veces lenta otras acelerada, su propio peso y corporeidad infinita. Porque no se trata, como dice Felipe, de hacer espectáculos sino de crear experiencias gratificantes para estas personas que, en su mayoría, se acercan por primera vez a la danza de manera escénica, logrando una capacidad sanadora en su cuerpo y en su ser.  

Eso es incluso lo que experimenta Felipe desde que fue diagnosticado, hace 15 años, con osteoartrosis degenerativa y fibromialgia, un trastorno que genera inflamación en las articulaciones y endurecimiento en los músculos, pero que ha logrado aceptar y manejar a través de la danza. Si bien, tiene restricción en algunos movimientos: caídas, saltos y cambios fuertes de dirección, él ha aprendido a buscar otras cosas para que su cuerpo se mueva y que la enfermedad pase a un segundo plano porque, como asegura, en la danza no puede doler.

Para eso, tiene una estrategia que, aunque parece dura, funciona bien: “les digo que no soy niñero de viejitos quejambrosos, se ríen y pasamos a otro lado”. Se trata, según explica, de olvidar que se tienen dolencias, pero siempre conscientes de proteger el cuerpo; es decir, saber que el dolor no se pierde, pero que se puede aprender a convivir con ello y manejarlo, proponiendo al cuerpo unas ideas para hacer poesía con el movimiento porque, como explica, cuando se levanta la pierna para dar un paso en danza, se está pensando en ese hecho artístico y el dolor desaparece.

Olvidado el dolor, hay un reto más para enfrentar: las historias vida. Felipe recuerda que durante sus primeros acercamientos a la población mayor, en aquellas clases del año 92, logró observar y comprender la diversidad de cuerpos, historias, familias y entornos que, tristemente, a veces impiden que los viejitos se sumerjan en el mundo artístico que desean porque, como señalan algunos, hay que cuidar a los nietos o ir a pagar los servicios de los hijos.

Allí hay otra dimensión de la persona mayor. Ellos no solo bailan, ríen y comparten, sino que responden a una sociedad y unas familias que los necesitan, pero que también deben respetar su espacio para que puedan seguir haciendo parte de los procesos artísticos de la ciudad, como lo es Felipe a sus 57 años y de lo cual no se arrepiente. Aunque reconoce que no ha sido fácil, las desilusiones, los fracasos, los éxitos y los momentos bellos hacen que la danza siga siendo parte fundamental de su vida y de la transformación de su cuerpo.

Son muchos los logros que menciona Felipe de su larga trayectoria; viene a su mente, por ejemplo, la publicación de tres libros de su autoría, dos de los cuales fueron Beca de investigación del Idartes; el otro, fue el resultado de una investigación de carácter histórico y analítico del Festival de Danza Mayor de Bogotá, enfocada en el cuerpo en la adultez, su relación con la sociedad, la familia y la cultura misma, su protagonismo en las comunidades y su memoria, todo recopilado bajo el nombre La edad baila, una publicación del año 2005 que deja ver cómo las personas mayores se hacen partícipes de la cultura.

Ahora que se considera casi un adulto mayor, Felipe enfrenta el mundo artístico con otra mirada y tiene un nuevo reto: la búsqueda de su propia danza, una tarea que le han dejado sus viejitos y que será el resultado de sus memorias, sus pérdidas, sus ganancias, el tiempo recorrido y los movimientos probados. Es el momento de escucharse a sí mismo y de recordar muchas cosas de las experiencias porque, como asegura, después de muchos ires y venires es hora de danzar su propia danza, como lo han hecho ellos, los viejitos que han encontrado en el baile un poder de resiliencia.  

Por Yeimi Díaz Mogollón

Fotos de Lihaf Compañía