Mujeres que inspiran la libertad creativa y humana del ser
Exóticos pasos que evocan alegría, un sonido místico que inunda el cuerpo, una manzana como símbolo y una mujer como eje central del espectáculo. La historia de Eva vuelve a escena, esta vez, para explorar el secreto del misterio femenino y exaltar lo sensual y erótico de la mujer; todo en una obra que le abrió las puertas de la dirección artística a Ana María Benavides, una joven bailarina que en cada segundo musical indaga las profundidades y sabiduría secretas del colectivo femenil.
Esta historia comenzó en una habitación, Ana María estaba decidida a hacer parte de Orbitante, el ecosistema para la creación artística de Bogotá, donde se reúnen cientos de bailarines, coreógrafos y agrupaciones, alrededor de los diferentes lenguajes de la danza. Era un lunes de marzo, la ciudad en su estado más caótico y Ana María, encerrada en lo más intimo de su hogar, pensando cómo llevaría a escena el fruto de su conocimiento y experiencia adquiridos en los últimos seis años.
La manzana fue el fruto elegido, la misma que causó la expulsión de Eva del paraíso, pero que ahora permitiría ahondar en un viaje catártico por los recovecos del poder femenino o, como diría la escritora Clarissa Pinkola Estés, de “la mujer salvaje, una especie en vía de extinción". Fue un viaje de dos minutos donde Ana María, con una manzana en sus manos, transitó por diversos estados sensoriales y cotidianos del ser, resignificando la idea de lo prohibido al comer del fruto con evidente rebeldía.
Eva Ave fue bautizado este solo de danza contemporánea que, al final, dejó volar el misticismo de la mujer, permitiendo que Ana María ganara la audición para ser bailarina multiplicadora de Orbitante en el 2019, luego de estar varios años vinculada a la compañía del Teatro Jorge Eliécer Gaitán. Con su voz, evidencia la alegría por el logro alcanzado y se puede imaginar la fuerza de sus pasos, esos que la llevaron a dirigir una nueva presentación de su obra, en la que orgullosamente participó su primera maestra de danza, Ximena Cuervo.
Ana María celebra hoy con vehemencia su paso por Orbitante, la plataforma del Instituto Distrital de las Artes – Idartes que ha sido testigo de una parte de su crecimiento como bailarina, coreógrafa y directora; inmensos logros para esta mujer de 30 años que desde muy pequeña desarrolló su gusto por la danza gracias, entre otras, al ejemplo de su tía Yolanda, también artista; gusto que perfeccionó con el pasar de los años, su esfuerzo, entrega y los estudios en danza que curso en Colombia y en el exterior.
Tal vez sin saberlo, Ana María ha pisado las mismas tablas que su colega Johanna Vargas, otra talentosa artista que también ha encontrado inspiración en el colectivo femenino, pero esta vez no con la historia de la primera mujer sobre la tierra, sino con su propia experiencia; un relato triste y abrumador de aquellos tiempos cuando se preparaba para recibir su primer título profesional y sus sueños se desdibujaron por la luz roja que alertó el peligro inminente que representaba una persona que le robó tranquilidad.
Hoy, Johanna recuerda este episodio de su vida con total serenidad y celebra el haber encontrado en la danza la terapia perfecta, un espacio catártico que la ayudó a descubrir muchas cosas ocultas en su interior y la inspiró para estar en armonía con el mundo exterior. Sus miedos quedaron atrás, sus nuevos pasos avanzaron con ritmos orientales, en una búsqueda constante de reconocer y fortalecer su relación con el ser mujer.
Esta bogotana, nacida en 1980, es inspiración para cientos de personas que han hecho de la danza su centro de vida. Aunque estudió biología en la universidad, por sus venas siempre ha corrido el arte; durante su niñez dejo ver el talento actoral que la invade y participó en diversas obras teatrales, donde demostró que las artes escénicas siempre han sido su pasión. Pero solo hasta el año 2005 decidió enfocarse de lleno en la danza oriental, fue la vida misma la que le abrió ese camino.
Transmitir el valor espiritual y trascendental de la danza es su principal objetivo porque, como ella misma explica, “es una forma de encontrarnos de otra manera, es crear vínculos a través de la danza, sabiendo que el cuerpo puede descubrir la manera de reconciliarnos con muchos elementos de nuestra existencia”. Ese es su mensaje y el legado que está dejando a sus discípulos, 95% de los cuales son mujeres.
Y esto lo ha logrado, no solo con la escuela de danza que dirige en el centro de la ciudad, sino gracias a su participación en la plataforma Orbitante, un espacio que permite la creación artística a través del diálogo y ha abierto las puertas a la consolidación de la danza árabe en Bogotá, como una práctica con contenido espiritual, que trasciende en el cuerpo y la mente de quienes se dejan llevar por el sonar de los tambores, las flautas y la darbuka, un instrumento de percusión característico del medio oriente.
Cientos de personas en las localidades de Fontibón, Engativá, Suba y Kennedy, compartieron espacios formativos en danza oriental gracias a la gestión de Johanna durante su paso por Orbitante. Personas de distintas edades y condiciones confluyeron en un solo lugar para conocer y reconocer una de las prácticas más exóticas y exigentes de la danza en el mundo. Se escucharon palabras como Chhau y Odissi, para dar a conocer las artes escénicas de la India, que antes eran desconocidas en tierra bogotana.
Tanto Ana María como Johanna hacen parte de los 520 artistas y trabajadores de la danza que se vincularon el año pasado a Orbitante, el proyecto a cargo de la Gerencia de Danza del Idartes, que busca fomentar la creación artística en los lenguajes urbanos, tradicionales, contemporáneos, clásicos y populares; todos, aunque con ritmos, pasos, historias y creaciones diferentes, dan el mismo sentido a las vivencias de los artistas que materializan sus deseos en los escenarios que los han visto crecer.
Aún faltan algunas preguntas por responder y muchos pasos que dar, pero hoy Johanna y Ana María celebran la experiencia gratificante que les ha dado la vida a través de la danza, los lazos que se han tejido y el aprendizaje adquirido en cada segundo de una pista musical; seguras de que en sus corazones seguirá la firme idea de resaltar el sentido de ser mujeres y defender con total compromiso el valor que el colectivo femenino debe tener en un mundo que arde por el deseo de la igualdad, la seguridad y una vida plena.
Por Yeimi Díaz Mogollón