Mujeres danzantes, protagonistas en los escenarios y la academia
Han pasado cinco décadas desde que Martha Esperanza Ospina nació en Bogotá; era 1962, el mismo año en que el gobierno colombiano ratificó una de las normas que buscaba alcanzar la igualdad de género en el país, luego de varios movimientos feministas que se registraban en el mundo para luchar por sus derechos. Martha, aún sin saberlo, también abriría camino para la participación de las mujeres en diferentes actividades de la sociedad a las que antes no tenían acceso, especialmente en el campo de la cultura.
Desde muy pequeña descubrió su pasión por el baile, algo que practicaba frecuentemente en casa. A partir de entonces, su universo ha girado alrededor de la danza y la psicología; no ha sido una tarea fácil, menciona, pero el gusto, la persistencia y algo de terquedad le han permitido seguir por ese camino, dejando a un lado los prejuicios morales, para darle la libertad a su ser femenino y artístico, que ha alcanzado grandes logros como el que celebra hoy con mucho entusiasmo: la publicación de su libro El bullerengue colombiano entre el peinado y el despeluque.
Este camino comenzó en la Universidad Nacional, a donde llegó muy joven para cursar sus estudios en psicología; allí, como por cosas del destino, Martha tropezó con una de las protagonistas de la danza en Colombia, la señora Delia Zapata Olivella, su madrina artística y quien la convirtió en bailarina de su compañía durante una década. En este recorrido conoció también a Priscila Welton, su maestra para toda la vida e inspiración para lo que se avecinaba en este universo creativo que, como asegura, cada vez registra una mayor presencia de las mujeres, tanto en lo escénico como en el campo académico.
Los pasos de Martha han dejado huella en las comunidades donde ha tenido la fortuna de trabajar; por muchos años, estuvo recorriendo el país para llevar formación artística, por primera vez, a varias regiones. Además, ha sido jurado del portafolio de estímulos del Instituto Distrital de las Artes – Idartes y creadora, junto con Álvaro Restrepo, de la carrera de danza en la Academia Superior de Artes de Bogotá – ASAB, trabajo que alternaba con sus clases en la Universidad Antonio Nariño y en la Fundación Folclórica Colombiana.
Sin duda, son muchos los logros alcanzados a lo largo de su vida artística, pero es un trabajo que quizá se puede resumir en la consolidación de la danza como carrera profesional en Bogotá. Martha, sin dejar de lado la psicología, se ha enfocado en el desarrollo y la actualización del proyecto curricular de la carrera de la ASAB e incluso en la maestría de arte y los grupos de investigación; poniendo en evidencia el protagónico papel que juega la mujer en la danza; un papel que, afirma, es absolutamente importante y muy estructurador.
Al igual que ella, otras mujeres han abierto camino a la participación femenina en las artes escénicas. Es el caso de Doris Orjuela y María Teresa García, quienes han enfocado su trabajo en el ballet e hicieron parte, junto con Martha Esperanza, del ejercicio investigativo y formativo de la primera carrera de danza en la ciudad. Además, hay importantes creadoras en los diferentes lenguajes dancísticos, como lo fue Ana Consuelo Gómez, quien dejo un importante legado a los bailarines y las bailarinas del país, durante sus 50 años de recorrido artístico.
Otras tantas mujeres se han ubicado en el ámbito universitario, liderando técnicas, cuerpos y trabajos académicos que permiten la configuración del conocimiento; así mismo, las escuelas no formales, las academias y muchos movimientos comunitarios son dirigidos por valientes mujeres que, a su vez, dejan ver su talento en festivales, concursos, carnavales, fiestas y todo tipo de presentaciones artísticas, donde son la base del componente escénico por su misma naturalidad y expresividad.
En el ámbito público también ha existido una importante representación femenina; Martha recuerda, por ejemplo, a Ángela Beltrán quien, menciona con orgullo, es egresada de la ASAB y reconocida por crear la política de danza para el país, con una excelente gestión y un talante muy diplomático. Y solo en Bogotá, la Gerencia de Danza del Idartes ha sido liderada, en su mayoría, por mujeres, actualmente representadas por Ana Carolina Ávila.
Todo esto pone en evidencia el protagonismo de las mujeres danzantes y eso, según Martha, se da porque esta práctica artística es mucho más cercana al universo femenino, por su sensibilidad, intersensibilidad y aquellos mecanismos de expresión muy propios de la manera de existir de la mujer que, sumado a las técnicas fuertes y el poder estético masculino, permiten fortalecer la danza como un juego que da vía libre a la identidad del ser humano.
Pero en la otra cara de la moneda, esa sensibilidad de lo femenino cerró, durante muchos años, las puertas de la investigación. Históricamente esta actividad se ha relacionado más con los hombres porque, en el imaginario social, la esencia de la mujer va ligada a una falta de objetividad y un exceso de subjetividad; sin embargo, con el paso del tiempo se abre este camino, tomando con seriedad las ideas de las mujeres y valorando sus metodologías, gracias al incansable trabajo de las pioneras en esta historia.
Y no ha sido una tarea fácil, insiste Martha, pero la persistencia ha sido clave para lograrlo. Actualmente ella celebra su doctorado en Ciencias Sociales y Humanas, del que se graduó con honores; sigue bailando, enseñando y reflejando en su vida el placer de la danza, mientras aprovecha cada oportunidad, escucha su ser femenino y valora profundamente el arte, como una profesión que no es menos que la filosofía y que ha dado respuestas y confesiones en aspectos donde otras disciplinas no lo han logrado.
Su llamado es para que cada día más mujeres persistan en este universo multidimensional, donde cada uno transita a su manera, con base en el movimiento corporal y el desarrollo intelectual porque, como señala, esta práctica artística es fabulosa para el conocimiento y la expresión de lo humano y más aún del ser mujer, una mujer danzante.
Por Yeimi Díaz Mogollón