Franco Lolli habla de su proceso creativo y sus expectativas
Suele decirse que en el teatro los personajes son lo que dicen y en el cine, lo que hacen. Una frase que quizás hace referencia a un lenguaje basado en las imágenes. ¿Cómo es su proceso al construir los personajes de sus guiones? ¿Piensa en que haya un equilibrio entre acciones y diálogos?
Lo que uno piense o lo que uno quiera hacer no importa tanto como lo que termina saliendo, lo que sale inconscientemente y de lo más profundo de uno mismo. Si esa frase que menciona fuera cierta, la mitad del cine de Ingmar Bergman y de Woody Allen se iría a la basura. Y hablo de Bergman porque viendo esta película no entendía cómo me había salido esto tan bergmaniano; me acuerdo que una de las primeras personas en notarlo fue una de las coguionistas y eso me liberó un poco en tanto una escena muy potente también podía ser simplemente gente diciéndose cosas. Recuerdo que hablamos de una película que yo no vi, Winter Sleep, de Nuri Bilge Ceylan (Palma de Oro de Cannes, 2014), pero en la que se nota eso muy teatral, sostenida en los diálogos, donde la potencia de las situaciones radica en lo que la gente se dice y de cómo se mira mientras se lo dice. Y hay algo en mi película, que no es del todo a propósito, que en esencia privilegia el diálogo sobre acciones particulares.
Es sabido que el proceso de casting suele ser muy largo en su caso y quisiera saber por qué es así y cuánta libertad en la preparación y el rodaje le otorga luego a sus actores para intervenir en lo que usted ha planteado desde el guion.
Esa última parte me gustaría que se las preguntaran a ellos porque yo no sé cuánta libertad les doy o sienten ellos que les doy, pero sí trabajo a partir de un guion escrito que no les entrego nunca, para que ellos mismos encuentren cosas en las escenas, que están construidas y dialogadas por mí previamente. Les doy las pautas de la escena y ensayando vamos encontrando de qué se trata, y seguramente esa es una forma de libertad; pero sospecho que si le hace esa pregunta a Vladimir o a Carolina, le dirán que no había ninguna libertad. Siento que Carolina y mi mamá escogieron en algún momento qué tipo de personaje querían representar y yo lo que iba haciendo era moldear esos personajes. Con respecto al casting, es muy largo porque se hace bien y cuando uno hace las cosas bien muchas veces toman tiempo. El cine colombiano en lo que más falla es en la actuación y en la representación de las personas escogidas para el papel; pero también en mi caso toma tiempo porque es el momento para entender cuál es mi personaje. Me sirve mucho enfrentar el personaje escrito con la realidad de las personas que voy conociendo. Para encontrar qué era lo que me interesaba verdaderamente del personaje de Silvia, por ejemplo, me sirvió mucho encontrarme con abogadas, madres solteras, funcionarias públicas en posiciones de poder y actrices que tenían lo que yo me imaginaba en términos de belleza. Ese proceso me sirve mucho para asentar la película.
¿Y cómo es su relación con la cámara durante el rodaje? ¿Ve las escenas a través de ella o existe ya de antemano una completa confianza en el trabajo del director de fotografía?
Hay una frase de Polanski que dice que primero hay que ver cómo es la escena para poner la cámara porque, de lo contrario, sería como tener el traje y después encontrar el cuerpo. Para mí la puesta en escena es independiente de la cámara. La cámara llega en segundo lugar y puede modificar la puesta en escena, pero llega en segundo lugar.
Con la persona que más hablo en el set es con el director de fotografía . Una vez veo que la escena tiene un sentido, llamo al director de fotografía para que él me proponga cómo filmarla e iniciamos un diálogo viendo los planos. Yo utilizo un monitor portátil muy pequeño, que me permita ver más o menos el encuadre y definir cosas, pero confío mucho en lo que hace el director de fotografía porque, sobre todo, no estoy viendo televisión. Hay dos tipos de directores: Coppola, que está en un camión y se comunica con los actores a través de su asistente de dirección, y Tarantino, que está hablando con ellos. Yo soy más como el segundo y no siento mucho la necesidad de tener un monitor, pues es más para ajustar encuadres y detalles. Antes las películas se hacían sin monitor y así se hicieron las mejores películas.
Un registro naturalista como el suyo podría hacer pensar que los recursos musicales extradiegéticos no le interesarían y, sin embargo, en Gente de bien y Litigante los utiliza, buscando, además, dirigir o reforzar una intención emocional de algunas escenas.
En primer lugar, debo decir que tengo un problema con términos como «naturalismo» o «realismo» porque me parecen siempre muy reduccionistas y poco precisos. Ahora, si en Litigante hay mucha más música que en mis anteriores películas es porque el cine que me gusta más tiene música y esta acompaña una emoción o hace surgir una emoción inconsciente. Antes yo le tenía miedo a poner música en una película porque hacerlo es muy difícil, pero aquí dejé el miedo a un lado y quise ver qué pasaba. Entonces, hay dos tipos de reacción: la de la gente con "buen gusto", más intelectual, que porque no encuentra la música que le gusta, entonces se incomoda y la saca, y otros que simplemente se dejan llevar por la película y permiten que emerja en ellos una emoción más profunda. A mí me gusta Terrence Malick, Fellini y David Lynch, cineastas que usan música. Pero una de las películas que más me conmueve y cada vez que la veo me hace llorar es Karate Kid, que la he visto 500 veces por televisión, así como Forrest Gump o En búsqueda de la felicidad. Me conmueven y los hilos que esas películas tienen para llevarme a esa emoción son muy visibles y muchas veces musicales. ¿Dónde está el mal en eso? Para mí el mal no está ahí, está en otro lugar. Y creo que Litigante es un ejemplo extraño de película en la que eso que usted llama naturalista, o realista, o simplemente concreto, a veces logra elevarse a través de la música.
Después de estrenar Gente de bien en 2015 y ante el estreno de esta nueva película en unas pocas semanas, ¿qué expectativas tiene ante el panorama actual de la distribución en Colombia?
Uno siempre aprende algo y después se olvida de otra cosa. Con Gente de bien cometimos dos errores muy graves: el primero fue lanzarla un año después de su estreno en Cannes, así que era como si no existiera. Cuando la quisimos sacar en mayo, recordando la participación en la edición anterior de Cannes y con la esperanza de que no hubiera una gran presencia colombiana en la edición de 2015, ese año salieron El abrazo de la serpiente y La tierra y la sombra. La película de Ciro Guerra programó su estreno en salas el 21 de mayo y, aunque nosotros también habíamos planeado esa fecha, la postergamos solo una semana sin saber el fenómeno que sería El abrazo de la serpiente. Este año quise estrenar en salas colombianas durante el Festival de Cannes, lo cual hubiera sido lo más inteligente, pero no estaba terminado todavía; le faltaba colorización y diseño sonoro, entre otras cosas, así que solo pude terminarla en agosto. Y entre eso y el tiempo que requiere crear una campaña de promoción, decidimos estrenar el 21 de noviembre, el día que se convocó un Paro Nacional. Pensamos en correr la fecha, pero decidimos no hacerlo porque no podemos saber qué impacto realmente va a tener o si el país se paralizará un día o dos, o una semana. Si se paraliza una semana, podemos decir que la película está muerta. Y hablo de esto para decir que hay cosas que uno no controla. Por otro lado, me parece bonito salir a salas el día del Paro Nacional, simbólicamente interesante para esta película, que se llama Litigante y de alguna manera es una forma de resistencia en medio de lo que es el cine colombiano.
Aún no sé qué es lo que lleva a la gente a ir al cine en Colombia. Mi hipótesis es que la gente no va a ver una película sino que asiste a un evento social; la gente no va a ver Monos o El abrazo de la serpiente porque sean buenas o malas, sino porque se convierten en un evento social. Entonces, la pregunta es cómo convertir una película en un evento social y, en particular, una película como Litigante, que, en todo caso, tiene muchos elementos interesantes, pero que no tiene “paisajes”. Y también creo que mucho depende del nivel de apoyo que se tiene, es algo que hay que conseguir. Nosotros tenemos más que mucha gente y contamos con el estímulo integral, pero, por ejemplo, no podemos compararnos con Amigo de nadie, de Luis Alberto Restrepo, que se lanza ahora en 90 salas y hace 10,000 espectadores el primer fin de semana. Hay una incógnita ahí que no sé cómo resolver. Este es el peor año para el cine colombiano en términos de taquilla; incluso a Dago García y a Harold Trompetero les está yendo mal. Hay algo que está cambiando y aún no creo que sepamos qué es. Entonces, las condiciones me llevan a ser prudente y esperar que a esta película le vaya mejor que a la pasada, pero no sé hasta qué punto. Gente de bien salió con 38 pantallas en esa época e hicimos 25,000 espectadores. Esta vez creo que serán entre 35 y 50 pantallas, y yo quisiera hacer, por lo menos, 50 mil espectadores: mil por pantalla. Si hago 40,000, estaré contento, y si hago más de 50,000, sentiré que es un éxito.