Esther Rojas, la libertad musical hecha mujer

Esther Rojas, la libertad musical hecha mujer

Un día inolvidable en Jazz al Parque 2018

La cita era a las dos de la tarde.  El ensayo con la Big Band Bogotá iniciaba una hora después, así que debíamos sacarle provecho a los 60 minutos que teníamos para conversar y ahondar un poco en su vida.  Llegué temprano.  Aproveché ese tiempo para cargar el celular ya que haría las veces de grabadora y no podía darme el lujo de quedarme sin carga en mitad de la entrevista; no me lo perdonaría.  Con una entrevistada como Esther Rojas que tiene tanto para contar a cerca de su vida y obra en el mundo de la música, en el marco de Jazz al Parque cuyo eslogan es “mujeres en el jazz”, siendo la primera mujer directora de la emblemática banda bogotana; perder anécdotas, información e historias sería como pararme delante de un cañón y esperar el disparo.

Pasaron 20 minutos, más o menos, y cuando los guardas de seguridad de la Fernando Sor me preguntaban sobre qué iba a hacer en la academia ese día, uno de ellos cuestionó: ¿… y a quién es que viene a entrevistar?  Como película hollywoodense, donde la protagonista entra a escena en el momento perfecto, mientras pronunciaba su nombre como por tercera vez, apareció con su bajo al hombro y dijo: ¡buenas tardes!  Ella es una mujer de baja estatura, pero imponente.  Esa cabellera y esos ojos expresivos con mirada penetrante dejaron a todos boquiabiertos.  - Ella es la maestra Esther -, les dije.  Inmediatamente llamaron a alguien, me pasaron el teléfono y… asunto arreglado. Entramos al auditorio donde sería el ensayo, nos ubicamos en una mesa del fondo que tenía un par de sillas y nos pusimos a charlar.

Entre risas y comentarios sobre el ensayo al que ya había asistido unos días antes empecé el diálogo con una pregunta típica pero que, para efectos de lo que quería empezar a descubrir en ella, era necesario formular. – ¿En qué momento decides estudiar música y por qué?  Una pregunta que me imagino la tomó por sorpresa ya que no hice ninguna introducción ni preámbulo, y sus ojos, de esos que hablaré más adelante, me miraron con asombro.  Se ríe y me dice algo que confirmó lo que ya había investigado: “Por mi familia.  Mis padres son ambos músicos y profesores de música.  De hecho, mi papá estudió pedagogía y mi mamá era cantante de ópera y violinista”.  Los ojos le brillan cuando lo cuenta.  Y no es para menos.  Ser parte de una familia musical donde se respira arte constantemente marca, de una u otra manera, la forma de percibir y sentir al mundo. 

“Tres de nosotros somos músicos profesionales, nos dedicamos a la música para vivir”.  – ¿Se puede vivir de la música?  Dicen que quienes trabajan por amor al arte pasan trabajo, ¿es cierto?  “Pues mira que en mi caso sí ha sido así.  Vivir de la música es muy complicado.  Claro que también depende de lo que tú quieras ser.  Si solo quieres ser “performer”, es decir, solo tocar, tienes que ser un músico muy duro para que te llamen y participes en proyectos o toques para otros artistas.  Inclusive, tendrías que vivir en un lugar donde haya mercado e industria cultural para mantenerte activo”.

– Y si no eres ese personaje especial que marca tal diferencia y que lo hace atractivo para proyectos, ¿qué?  “Si no eres una lumbrera tocando pues te queda hacer chisgas en los bares, y ganarte unos pocos pesos, o ser docente, que es otro camino y que es lo que muchos artistas hacemos; ya sea porque es la única opción – ríe con risa cómplice ya que en la conversación le había mencionado que amaba enseñar y que, definitivamente, la academia y los estudiantes nos mantienen actualizados y aprendiendo cosas nuevas todo el tiempo – o porque nos gusta aprender cada vez más.  A mí, en mi caso, ser docente me ha hecho una mejor música, mejor persona, mejor mamá… mejor en todo.  Ahora, si no quieres ser “performer” sino otra cosa, por ejemplo, arreglista como yo, hay otras opciones”.

Sin embargo, con todo lo que me cuenta, descubro que ese panorama también es duro.  Un arreglista no recibe regalías, pese a que se mata escribiendo y arreglando; un productor o un compositor, sí.  Siempre estará la opción de poner a circular el trabajo en redes sociales o plataformas digitales y que cuente con la suerte de que le compren uno que otro trabajo.  También depende mucho del género al que se dedique; hablando del jazz comenta: “hay muchos jazzcistas pasando trabajo aquí y en otras partes del mundo.  En Texas, donde yo vivo actualmente, hay una universidad muy famosa para este género en donde doctores en jazz manejan Úber, o dictan clases particulares para complementar sus ingresos; porque, además, hay mucha competencia”.

Hablamos de los videos que vi una y otra vez para verla tocando y tener un referente e impresión de Esther la bajista y arreglista.  Le cuento que me gustó uno particularmente en donde tocaban música de uno de los grandes del Caribe colombiano, Pablo Flóres, autor de porros emblemáticos como La aventurera, Porro viejo, Tres clarinetes y Los sabores del porro, que era el que precisamente tocaban en ese video.

– ¿Los aires de la costa norte colombiana fueron o son importantes en la manera de hacer música?  ¿Hay influencia Caribe en Esther Rojas?  “Cuando yo estaba pequeña en Barranquilla mi contacto con la música caribe fue poco.  Yo crecí en medio de música clásica; yo estudié violín clásico.  Luego nos fuimos para el Huila estando yo aún pequeña, tenía 11 años cuando eso, y allá estuve más expuesta a los pasillos, a los bambucos.  Ya más grandecita me fui a la Universidad del Cauca a estudiar violín, después, medio año al conservatorio de Cali, también a estudiar violín y, allá, conocí el bajo y me dediqué a él desde entonces y de lleno”.  Eso la conectó con la música popular, dice.  Bajo eléctrico es sinónimo de rock, pop, reggae, funk, jazz, etc., es decir, música popular.  Y eso es lo que a esta mujer le encanta.  Decide migrar a Bogotá, donde vivía uno de sus hermanos, y conoce a un grupo de barranquilleras, Amaxona, que la conectan con la música folclórica caribeña y empieza a hacer parte del toque de porros, bullerengues y otros aires costeños.

“La música es universal, no somos dueños de nada.  Y uno como músico, como artista, tiene derecho a tocar lo que se le dé la gana”.  Precisa, con convicción y seguridad, mientras habla de lo difícil que pudo haber sido el ingreso de mujeres a ciertas esferas musicales.  Por ejmeplo, el jazz.  Y reflexiona “¿cuántas mujeres jazzcistas hay en nuestro país?  Hace días estaba hablando con unos amigos y yo les decía ¿por qué las mujeres en la música no tienen roles importantes, como dirigir una big band?  Pareciera que solo cantar es el papel más importante que podemos tener”.

La Mona – Jeannette Riveros, programadora del Festival Jazz al Parque, y responsable de que Esther esté aquí dirigiendo la Big Band Bogotá, le hizo una pregunta obligada, cómo se sentía dirigiendo una banda de hombres.  Y le respondió: “A mí como mujer no me gusta mucho hablar, no me desgasto escribiendo post con diatribas que no me llevan a ningún lugar, me gusta demostrar.  Soy feliz escribeindo mi música, tocándola, cantando, dirigiéndo, haciendo el mejor trabajo que puedo hacer.  Y punto.  Mi labor habla por mí.  Y estoy feliz aquí dirigiendo a este grupo de músicos maravillosos con quienes he tenido un feeling fantástico; no me detengo a pensar que son hombres y que debo ganarme su respeto imponiéndome porque soy mujer, no.  Trabajamos juntos, somos un equipo, y hacerlo bien nos favorece a todos”.

Esther ha trabajado con artistas de la talla de Alejandro Sanz, Juan Luis Guerra, Totó la Momposina, Carlos Vives.  Todo empezó en Berklee mientras estudiaba para ser arreglista.  Desde que esta colombiana pisó tierras anglosajonas, con su swing y sabor latino, empezó a destacarse en todo lo que hacía.  Inició con arreglos a ciertas cumbias que la llevaron a presentarse en un espacio de la universidad que permite que estudiantes graben sus presentaciones y se publiquen en un canal digital.  Emocionada por la oportunidad cae en la cuenta de que no tiene banda y empieza a buscar con quién pude presentarse y aprovechar ese momento que la vida le estaba ofreciendo.  “Acababa de llegar, y yo no conocía a nadie.  Finalmente conseguí con quién tocar y mi cantante fue una chica griega.  Le hice un arreglo muy lindo, una rearmonización, a la canción Danza negra del maestro Lucho Bermúdez, una canción que me fascina; sobre todo con esa voz de Matilde Díaz.  Hace un pequeño silencio y canta: con el rumor de las palmeras, se siente el eco de música lejana y en su compaz las pilanderas, vienen bailando la cumbia colombiana…  E hice mi primer video para Berklee”. Entonces, lo interesante fue que no lo hizo tradicional, le metió jazz, hizo una fusión que gustó a los profesores y compañeros de la univerdidad. 

Como solo podía usar un trío y necesitaba más sonidos para lo que su mente y corazón querían hacer, sentó a la cantante sobre un cajón musical, le dio un shaker y le puso al frente un platillo.  Ella tocó, por su puesto, el bajo y escribió una parte para un eufonio, que hicieron de la presentación todo un hit.  “De allí en adelante, todos los cuatro años que estuve estudiando, me llamaban para muchos proyectos de música latina”.  Fue cuando tuvo su primer concierto con un artista de renombre internacional, el salsero Luis Enrique.  “Imagínate, toque Yo no sé mañana, una canción que me gusta mucho, con él.  Fue maravilloso”.

Tiempo después, sin imaginárselo, solo por ser la única alumna que le hizo una tarea al profesor, productor y compositor musical Javier Limón (Concha Buika, Diego el Cigala, Andrés Calamaro), fue invitada a ser la directora musical para Alejandro Sanz en su presentación en los Latin Grammy.  Literalmente Esther Rojas saltó a la fama.  Éxito y reconocimiento que le significó ser la cara oficial de la Universidad.  “Hay un edificio en Berklee que es conocido por tener siempre un lienzo inmenso – al estilo de una gigantografía – con el rostro de una mujer cantante importante en la historia de la música.  La primera bajista que allí estuvo fue Esperanza Spalding y la última mujer música que estuvo allí fui yo”.

–¿Por qué el bajo?  ¿Qué te enamoró de ese instrumento que tanta satisfacción, deleite y felicidad te ha brindado?  “Cuando estudiaba violín, en bachillerato, mi papá me llamó un día porque necesitaba un bajista en la banda para alguna presentación.  Él solía llamar a cualquiera de sus hijos a que lo acompañara en presentaciones cuando necesitaba un músico.  Esa vez me llamó a mí.  Recuerdo que tocamos algo de rock en español porque había que hacerle un tributo a alguien.  Tocamos de Los Abuelos de la Nada, Mil horas”.  – Pasé mi pena cantando el coro que todos sabemos, la otra noche te esperé bajo la lluvia dos horas, mil horas, como un perro… ella solo sonrió y cerró mi fallida intervención diciéndome: “fue un encuentro cercano con mi primer amor, el rock; por él toco bajo”.

“Esa sensación en la panza, la vibración del instrumento hace que lo sientas visceral, y que es el fundamento del groove, de eso armónico, rítmico, que si no está, si el bajo no está, todo se cae.  Esa sensación nunca la olvidé y fue clave en mi decisión de vida como músico arreglista y bajista”.

En este punto de nuestra conversación a Esther le suena el celular y me pide un momento ya que debe contestar esa llamada.  Mientras, varios músicos de la Big Band han llegado para el ensayo y empiezan a afinar sus intrumentos.  Me envuelven sonidos de vientos que hacen que vuelva en el tiempo y me conecte con mi niñez.  Imagino a las palenqueras cantando sus pregones; trompetas y trombones se funden con sus voces en mi mente.  Regresa y me dice, por dónde íbamos.  Pregunta que me hace pensar que sigue siendo una colombiana de raca mandaca; solo nosotros preguntamos de esa manera y hacemos con el idioma cosas que nos enriquecen en nuestro hablar.  Retomo nuestro diálogo preguntándole cuántos instrumentos toca aparte del violín y del bajo.  “Varias cositas.  Toco piano, ahora estoy incursionando en el ukelele”.

Se desata un aguacero en Bogotá que hace que nos acerquemos un poco ya que el sonido de la lluvia en el techo hace un eco interno en el salón que molesta un poco.  Allí me acerco a esos ojos que, como ya mencioné, son profundos, transparentes y muestran mucho de Esther.  Por ejemplo, su determinación en la vida.  Toma decisiones convencida de lograr los resultados. “Si algo me da temor, pues que no se me note, pero voy con toda.  Ser mamá me ayudó mucho en eso, ¿sabes?  Uno se vuelve muy verraco cuando tiene hijos y asume la responsabilidad de acompañarlos en su crecimiento y formación”.

Esther se ganó media beca para ir a estudiar en Berklee.  Se fue tranquila, en parte, porque su marido la apoyó completamente.  Pero estando allá ganó otra beca, luego beca completa, y se graduó becada cien por ciento.  Otro ejemplo de su entrega y determinación.

Ya casi concluyendo nuestro tiempo, se acercaba la hora del ensayo, le propuse el típico juego en donde le menciono unos nombres o palabras y ella me cuenta qué representan o significan.  Se ríe, se agarra las manos y me mira con algo de incertidumbre. Como diciendo ¿y éste con qué me rá a salir?

– “La Bogotana. ¡Huy juemadre!  Eso fue antes de Amaxona.  Aventuras musicales.  – Amaxona.  Rumba, alegría.  Energía Caribe”.  Y en ese momento siento ese acento costeño que nos identifica.  Me dice que lo ha perdido mucho, pero pese a su vida en el Huila, Bogotá, Cali, Berklee - Massachusetts, Texas de vez en cuando le brotan esas raíces.  – César López.  “Experimentación musical.  Su mensaje de paz.  – Las Martí.  Pop.  Inocencia, aunque la canción de se momento no tenía nada de inocente.  Reímos.  – Yurgaki.  Tierra.  Música latina y experimental con electrónica.  – Caña Brava.  Ejemplo de tezón.  Muestra de cómo la época marcó en ese momento el desempeño de un grupo de mujeres salseras.  – María Mulata.  Ella es líder de su grupo.  Una mujer investigadora que ahonda en lo que quiere emprender.  Viajé mucho con ella”. 

Quienes me conocen saben que amo cocinar.  La cocina es una de mis pasiones.  Tenía que preguntarle a esos ojos con rostro – nótese que estuve enamorado de ellos desde el primer momento – qué le gustaba comer.   Pero quiero aclarar que la pregunta va encaminada, más allá de conocer a Esther en su intimidad personal, en hacer un paralelo de esos gustos culinarios con los musicales.  Una artista que ama lo popular y hace fusiones maravillosas en la música debe ser también ecléctica con la comida.  O inclusive, ese eclecticismo gastronómico se refleja en la manera en cómo combina los sonidos y los instrumentos en sus areglos, ¿no creen? – ¿Cuál es tu comida favorita?  “Me encanta comer de todo.  Amo la comida.  Cuando viajo me gusta conocer los sabores locales.  En la India comí de todo.  Esos sabores fuertes, esos aromas, esos colores.  Me gusta la comida que tiene fuerza, personalidad, vibrante”.  Esther vivió en el sur de la India, una zona que se caracteriza, además de los sabores típicos, por el picante.  Dice que pensó que le daría duro, pero al final disfrutó cada bocado.  De la comida colombiana ama el ajiaco y los patacones.

Al final, efectivamente, evidencia ese eclepticismo en todo lo que hace.  Viste de colores y los combina de todas las formas.  En la música pasa del renacimiento a Wagner, de la timba cubana al jazz tradicional.  Con sus hijos comparte el amor por la música afroamericana R&B, neosoul, gospel.  Para bailar prefiere la salsa.

Hablemos del jazz.  ¿Cómo es tu relación de amor con él?  “Es simbolo de libertad rítmica, armónica, melódica, improvisativa.  Creo que todos los músicos populares y clásicos debe estudiar algo de jazz; él te abre la mente, los oídos, el corazón.  No hay límites”.  Tal vez por eso ama más los instrumentos de viento que las cuerdas, el jazz la ha acercado a ellos más que nada.  Me dice con pasión que escucharlos sonar es mágico.  Yo le sumo lo sexis que son en sus formas y color.  He escrito especialmente para ellos; por ejemplo, lo he hecho para el trombón y solo él puede decir esas frases.

Para terminar, le hago una pregunta obligada para mí.  Pepe Sánchez.  Le digo que me pareció interesante descubrir que él le hizo una letra a un porro que no tenía.  Pocos son los porros que cuentan con letra para ser cantada.  Muchos expertos en el tema dicen que el porro no se interancionalizó más, precisamente, por el hecho de solo ser instrumental en la mayoría de los casos.  Le cuento que Pepe fue mi maestro en la Universidad y que no me lo imagino escribiendo letra para un porro.  “Pepe era profundamente bogotano, pero también profundamente costeño.  Yo tenía que hacer un arreglo para un trabajo en Berklee y él me ayudó con eso.  Ya lo había yo tocado pero me hacía falta meterle algo más.  Le propuse que escribiera y le gustó la idea.  Navales lo cantó, recuerdo.  Fue genial esa experiencia”.

Los instrumentos la están llamando.  Ya no solo están afinando, ahora se escuchan juntos haciendo melodías que casi nos invitan a bailar.  – ¿Cuál es esa frase que le dirías a los bogotanos, enmarcada en lo que estás viviendo en este momento, siendo la primera mujer directora de la Big Band Bogotá, en Jazz al Parque cuyo eslogan es ‘las mujeres en el jazz’?  “A los bogotanos que hay que seguir apoyando y cultivando la música de big bands.   A las mujeres que sigan demostrando con música, más que con palabras, en la escena, autoridad musical.  Que se sigan poniendo los pantalones, somos poderosas.  Podemos tener roles de liderazgo, sin miedo.  Y yo soy un ejemplo de ello aquí y ahora, por mi desempeño, por mis logros, por la oportunidad que me da el Idartes para mostrar mi trabajo en el Festival junto a esta maravillosa banda”.

Y así termina el encuentro con esta mujer maravillosa.  Referente mundial en el campo de la música, de los arreglistas, de los jazzcistas. Nos deja su gracia e inteligencia y las maravillosas anécdotas que compartió.  Pero, sobre todo, esos ojos color jazz, símbolos de la libertad, tenacidad y lucha por alcanzar los sueños.  Ojos que dicen que en la música está la esperanza para vivir entre la cordura y la locura, siendo acertivos y creadores de grandes obras.  ¿Será que se necesitan más artistas como Esther Rojas, dispuestos a demostrarlo?  Parece que en el jazz está la respuesta.