Dispositivos y conjeturas sobre lo subterráneo y lo nuboso.
En los pasillos del Planetario de Bogotá, e incluso fuera de él, circuló el gabinete de curiosidades, un contenedor con los dispositivos desarrollados por las conjeturas de los participantes del laboratorio Las nubes están arriba, lo subterráneo está quieto, llevado a cabo por el Colectivo Noctiluca y Jaime Santiago Pinzón, ganadores de la Beca Plataforma Bogotá en Arte, Ciencia y Tecnología 2020.
Durante el 15 y el 17 de julio, visitantes de la socialización pudieron interactuar con estos artefactos, los cuales fueron creados a partir de una metodología precientífica por los participantes, es decir, desde su experiencia e intuición, así como por el diálogo entre ellos; se cuestionaron algunos fenómenos naturales que a veces se dan por sentados o que parecen estar interiorizados por los humanos, pero que puestos a los sentidos se pueden debatir.
Entonces, partiendo de las premisas sobre lo subterráneo y lo nuboso, se realizó una salida de campo a los Cerros Orientales de Bogotá, ejercicios de conjetura sobre el uso de dispositivos análogos y conversaciones las cuales permitieron abrir preguntas que se pudiesen responder con los diseños.
Nubarrón.
Con una forma tubular que nos remite a un barco, un gusano o un artrópodo, y con tres tambores de costura que atrapan distintos tipos de cúmulos de nube, como si fuesen capas atmosféricas, el proyecto de María Paulina Gutiérrez, Diego Araque y Manuela Guzmán genera unas ondas visibles que buscan emular la acción de cavar una nube al ritmo de la mano humana, modificando así sus ciclos.
Nubarrón superpone tres miradas sobre cómo interactúa la fabricación de la niebla y de las nubes en nuestra experiencia entre los fenómenos de la naturaleza; la premisa inicial fue que la lluvia de pequeñez es un velo noctilucente que cava la montaña.
Levedad.
El proyecto de Jenny Contreras y Zoraya Buitrago funciona de acuerdo a la proximidad del espectador al dispositivo. Permite revelar las intensidades en las que el viento podría elevar las cipselas de diente de león, los restos de hojas y plumas; entre más cerca está el cuerpo, mayor es la intensidad del viento que eleva cada elemento en el aire dentro de las cúpulas.
Este proyecto surge de la vivencia corporal experimentada por las diseñadoras durante el recorrido por los Cerros Orientales. Además de observar el cielo y la tierra su “mirada, más allá de tener un propósito objetivo y científico, quería develar sencillamente varios gestos que nos parecieron interesantes”, afirman las participantes. Levedad, entonces, surgió de la pregunta ¿dónde se ve la caricia en el paisaje?
Grietas, vetas y poros.
Con lentes, recipientes de vidrio y agua, Ana María Espejo diseñó un dispositivo que invita al espectador a acercarse y traer a la experiencia aquello que está en otra escala. En otras palabras, su proyecto busca aumentar las dimensiones visuales de objetos como las grietas, las ramas, los huecos de las rocas y los poros, y ampliar estas experiencias mínimas, aunque con una mirada similar a la del cuerpo humano: distorsionada y fragmentada.
Grietas, vetas y poros surge del interés por la torpeza y las limitaciones de las personas para observar, así como la de los instrumentos utilizados para aproximarse a lo pequeño y a lo próximo. “Quise experimentar con asociaciones entre los fenómenos que se dan en lo micro y lo macro -o en el abajo y el arriba- y en cómo estos se evidencian en aquellos fragmentos de plantas, suelos y rocas”, cuenta Espejo sobre su proceso.
Frecuencias telúricas inaudibles.
Alejandro Arcila, Valeria Montoya y Juan Ballén crearon un dispositivo que pone en relación señales de actividad subterránea -telúrica- de algunas muestras orgánicas recogidas por medio de mecanismos lumínicos, sonoros y mecánicos. Busca percibir la resonancia interna de cada objeto recolectado, que a la luz de la imagen que causan algunas materialidades, vibraciones y frecuencias sonoras, y permite entender cómo las cavidades, los vértices, el timbre, la transparencia y el aislamiento de estas muestras configuran una lectura de la fragmentación tisular.
La respiración de la tierra se manifiesta también en la frecuencia grave del rompimiento celular es una conclusión a la que llegó el equipo, cuyos miembros cuentan que “tras ser destrozada una hoja muerta, un montón de tierra, un cadáver, una escama, una rama, una flor o una coraza, se emite una frecuencia que nos es imposible percibir y cuya muy tenue vibración se mantiene una y otra vez, actualizándose.”