Voluntarios Idartes 3
Crónicas

El corazón dispuesto

Continúa la historia de los 87 voluntarios del Idartes que hicieron parte del programa de Bogotá Solidaria.

Así continúa la historia de los 87 voluntarios del Idartes, que participaron en el programa Bogotá Solidaria.

Desde que se declaró la emergencia sanitaria por el COVID-19, la Alcaldía Mayor de Bogotá inició una estrategia que garantizara el bienestar de todos los ciudadanos que se encuentran en condición de pobreza y vulnerabilidad en el periodo de cuarentena. Así nació Bogotá Solidaria, una iniciativa que tiene como objetivo entregar ayudas monetarias y en especie a casi 500.000 familias de la ciudad.

Para identificar estas personas, la Alcaldía organizó un grupo de voluntarios de diferentes instituciones distritales que realizarían encuestas en diferentes territorios. Este es el relato de cuatro servidores del Instituto Distrital de las Artes - Idartes, que pertenecen al programa Nidos - Arte para la primera infancia, quienes participaron de esta primera etapa de Bogotá Solidaria, cuatro días de intenso trabajo y puro corazón.

Día 3: 7 de abril. Bosa, barrio San José

Ese martes, el día inició a las 5:00 a.m. para Clara Ximena Marroquín, también integrante del programa Nidos y quien apoyó la coordinación operativa de esa jornada. Tomó un baño, desayunó y estuvo pendiente desde las 6:00 a.m. de los vehículos que transportarían a los voluntarios. Se comunicó con la primera persona e inició la coordinación de toda la ruta. A ella la recogían a las 7:30, pero por algunos retrasos de sus compañeros, la ruta llegó más tarde. Cuando estaba esperando en el punto de recogida, algo sucedió y el carro pasó por enfrente suyo, entonces tuvo que correr hasta la siguiente parada. Finalmente pudo subirse.

Cuando llegaron a Bosa, inició el proceso de reconocimiento de todas las instituciones participantes y sus equipos de voluntarios. Ella conoció a las personas con las que estaría trabajando en la parte logística ese día. Hubo un proceso de socialización general y se hizo énfasis en la no creación de falsas esperanzas en las personas que iban a atender. Establecieron la ruta e identificaron el guía. “Empezamos por un lugar donde no había pavimento. El olor a greda era fuerte por el agua posada. Transitamos vías donde pareciera que el progreso estaba llegando, las casas estaban construidas con cemento y teja, pero las calles no estaban pavimentadas. Veíamos las losas para la pavimentación y algunas polisombras. Muchas de las calles estaban cerradas”, narra Ximena.

Durante el recorrido llegaron a una casa en la que encontraron a dos niños solos de 11 y 12 años aproximadamente. Sus padres habían salido a buscar dinero y comida mientras los vecinos los cuidaban desde sus casas. Los voluntarios encargados les pidieron, a través de una ventana con rejas, los números de teléfono de sus papás para contarles lo que estaban haciendo. Los niños estuvieron pendientes de toda la comunicación, estaban atentos de poder ayudar para que su familia también fuera beneficiada.

Otro panorama que se encontraron fue el de varias personas de la tercera edad viviendo entre la soledad y la necesidad; personas con cáncer a las que no les habían llegado sus medicamentos, y mujeres que acababan de dar a luz sin haber recibido una visita médica y sus hijos tampoco. La pregunta de cómo encontrar otra forma de ayudar los invadía.

Esa jornada fue el día en el que más encuestas realizó el equipo del Idartes, un equipo que se esforzó física y emocionalmente para llegar a cuantas casas les fueran posibles. “Lo más bonito fue la energía del grupo, la sensibilidad que tenía para acercarse a la comunidad. El que el encuestador se tomara el tiempo de escuchar las particularidades de cada familia. La comunidad estaba esperando a que llegáramos, y que las personas encontraran en nosotros unos oídos receptivos era clave. Hubo un momento del día en el que el sol y los efectos de la jornada empezaban a afectar al equipo, ahí yo ejercía mi rol y los animaba. Estaba pendiente de que el grupo no perdiera el ritmo y la energía que traía”, comenta Ximena.

El día culminó con la reflexión grupal sobre lo afortunados que son, en medio de la coyuntura, de estar en las condiciones que viven a diario y agradeciendo la oportunidad de hacer ese trabajo con una comunidad que lo necesita.

Continúe leyendo esta historia de valentía y generosidad en los próximos días.

Por Tania Calderón.