Camilo de la Espriella con su títere Celia
Crónicas

48 años viviendo para los títeres, pero no de ellos

Camilo de la Espriella encontró la razón de su vida en los muñecos, aquellos que siempre lo acompañaron por mágicos caminos.

Era tan solo un chico de 17 años cuando caminaba por el Parque Nacional, al oriente de Bogotá. En su mente, los recuerdos de una niñez creativa, aquellos días que llegaba a casa para desbaratar tablas y hacer muñecos; y de repente en sus ojos, un mágico escenario que, como era costumbre, presentaba un show de títeres para el público infantil. Fue un momento histórico, Camilo de la Espriella, el reconocido maestro titiritero, había encontrado la mejor herramienta para comunicarse con el mundo.

Desde ese día del año 1972, Camilo supo que los títeres tenían todo lo que hacía de chiquito: pintar, esculpir, hacer música y leer a escondidas. Su vida comenzó a girar alrededor de muñecos e hilos transparentes; fue en el Teatro el Parque donde encendió sus primeras luces, el escenario que había abierto sus puertas 36 años atrás para dar a los niños y sus familias, la posibilidad de imaginar, sonreír y jugar con mágicas historias que allí se presentaban. Historias que en adelante contaría Camilo.

En ese trasegar artístico, donde la creación era fundamental para sopesar la vida, Camilo se rodeó con importantes personajes que, como él, encontraron en el arte una mejor manera de vivir. Fernando Cruz Aristizabal, su maestro en el colegio; Germán Moure, uno de los directores artísticos del Teatro Libre; Gabriela Samper, filósofa y directora de teatro; y el famoso Jairo Aníbal Niño, escritor colombiano que desde ese entonces se dedicó exclusivamente a la literatura infantil.

Junto a ellos, César Santiago Álvarez, el fundador del Teatro Libélula Dorada, que se convirtió en uno de los amigos más cercanos de Camilo. Él es uno de los testigos del camino que recorrió el maestro titiritero en Colombia y en el mundo, de sus pasiones, sus alegrías y sus tristezas, aquellas que se desprendían de una enfermedad que durante muchos años aquejó al ilusionista de hilos, como lo conocían algunos, y que hace apenas unas semanas le hizo cerrar sus ojos para siempre, después de cumplir 48 años de carrera artística.  

En la mente de César sigue vivo el recuerdo de las largas conversaciones que tenía con Camilo a su regreso de Europa, a inicios de la década del 2000; un viaje que comenzó siendo una gira artística, pero que se convirtió en un proyecto de vida para Camilo. Fueron alrededor de 13 años en el continente europeo, dos en París y los demás en Barcelona; ciudades a las que se le debe gran parte del valor artístico que desarrolló el maestro en beneficio del teatro de títeres en Colombia.

Como si hubiese sido ayer, César cuenta, con gran admiración, cómo Camilo de la Espriella logró ganarse al público europeo. Eso fue en los años ochenta, cuando en las calles de París y las estaciones del metro comenzó a respirarse el talento del artista colombiano, en ese tiempo con 33 años de edad y 16 de experiencia titiritesca. Luego, el turno fue para Barcelona, la ciudad española que lo recibió con las puertas abiertas y donde conoció a uno de sus más grandes referentes, el marionetista Harry Vernon Tozer.

Aunque Harry era un poco receloso, como lo recuerda César, la alegría y persistencia de Camilo le permitieron acercase a ese artista nacido en Paraguay, quien era reconocido por su increíble perfeccionismo y el maravilloso manejo que tenía de las marionetas. Juntos, Tozer y de la Espriella,  empezaron a construir, aprender y manejar con maestría las figurillas de madera y trapo. Esto marcó por completo la vida artística del colombiano y le permitió perfilar más su técnica y especializarse en las marionetas.

Sus grandes logros comenzaron a leerse en las secciones culturales de los diarios. En mayo de 1988, El País de España titulaba: Tres marionetas tocan jazz en un espectáculo del Fils & Fils; párrafos más adelante se leía el nombre de Camilo de la Espriella como director de la obra, quien junto con una austriaca y un barcelonés presentarían un show teatral de 45 minutos, en el Harlem Jazz Club de Barcelona; un espectáculo donde un payaso, un pianista y un saxofonista de color interpretaron grandes obras de músicos como Oscar Peterson  y Alexander Trio, entre otros.

Saxofonista, marioneta de Camilo de la Espriella

Años más adelante, en 1992, la tendencia mediática seguía su rumbo con Camilo de la Espriella y los demás artistas del Fils & Fils - Marionetas de Barcelona, la compañía creada y dirigida por Harry V. Tozer. Llama la atención el artículo de The G's Club-Communique publicado en febrero de ese año, donde se lee: ¿Puede un muñeco de madera transmitirnos las amargas melancolías de un blues del Delta del Mississipi? ¿Pueden emocionarnos al llanto como lo hiciera Billy Holiday? ¿Puede hacernos envidiar el marfil de un piano suavemente acariciado? En manos de CAMILO, indudablemente sí.

Y es que así era Camilo, un apasionado por los títeres y las marionetas, que caía inmerso en mágicas historias que, como él mismo decía, le salvaron la vida. Magia que transmitía a cada uno de sus espectadores con total autenticidad, pasión y entrega, y con todo el conocimiento adquirido en sus recorridos con el Caballito de batalla, grupo de títeres con el que visitó toda Colombia antes de su viaje a Europa; en las largas tardes de teatro por las calles parisinas; y en su paso por el Instituto de Teatro de Barcelona, donde fue alumno del taller de marionetas. 

Luego de esa alentadora década llena de obras, creación, festivales y reconocimientos, de la Espriella decidió volver a su país natal, donde lo esperaban los muñecos que fabricó durante años y sus amigos de carne y hueso. Y ahí estaba César, esperando el regreso de su compañero, con quien compartía el amor por los títeres. La sorpresa: Camilo se radicó un par de años en Cartagena y solo hasta el 2000 decidió volar a Bogotá para encontrarse con su gran amigo, fundar y dirigir Hilos Compañía, y reunirse con sus colegas que, para ese entonces, ya habían creado la Asociación de Titiriteros de Colombia.

Desde esa agremiación, que fue liderada durante mucho tiempo por César Santiago, se recuerdan no solo los invaluables aportes de Camilo al desarrollo y la consolidación del teatro de las marionetas en la capital colombiana, sino también y con profunda tristeza, los momentos angustiosos que este hombre hizo pasar a los compañeros de escena cuando su cuerpo le jugaba una mala pasada a causa de la diabetes que padeció. Desmayos, primeros auxilios y carreras al hospital, hacían parte del diario vivir del artista y sus más allegados.

Pero no había motivo alguno para que Camilo se rindiera porque, como el mismo aseguró en una carta escrita desde el planeta tierra, el 11 de abril de 2016, su hacer en este oficio “acabara cuando las manos, las piernas, los pulmones o mi corazón no funcionen debidamente pero ante todo cuando mi alma no tenga ya arrestos para continuar en esta batalla”. Fueron tiempos difíciles y bastantes momentos críticos en los que, como menciona su amigo César, se pensó que el maestro titiritero partiría de este mundo, pero él volvía a luchar.

Así lo recuerda también Gina Jaimes, coordinadora del Teatro el Parque por varios años, quien conoció a Camilo en otro de sus escenarios favoritos: un bar de salsa dirigido por actores del Teatro Libre y donde sagradamente se reunía el gremio teatral. Gina trae a su mente las repentinas palabras de Camilo, de quien valoró siempre el talento y el cariño que brindaba, al referirse a su crítico estado de salud: “la pelona está que me busca, que me juega y que me juega, pero yo no me voy a dejar alcanzar”. Ese era, según cuenta Gina, el chiste que hacía Camilo con la voz entrecortada, por las pocas fuerzas que tenía a causa de la enfermedad.   

Gina habla con nostalgia de la última vez que lo vio en Neiva, donde Camilo se radicó con su hermana por un corto tiempo para recibir apoyo durante su recuperación. El deseo del artista siempre fue volver al escenario con su razón de vivir: los títeres, pero un episodio ocurrido alrededor del año 2016 le impidió la movilidad en la mitad de su cuerpo, su mano no funcionaba bien y, aunque siempre tuvo una gran voluntad, no logró seguir demostrando la habilidad artística que tenía impregnada en su ser.

César, por su parte, lo vio muy agotado cuando regreso de Neiva a Bogotá, pero aún así recuerda que siempre quería hacer cosas nuevas: “él decía que como ya no podía manejar marionetas, quería hacer animación de objetos, tenerlos en una mesa y ponerles la voz, así que con varios titiriteros le construimos los muñecos, algunos hicieron los cuerpos, otros el vestuario; se los enviamos, pero nunca logró montar la obra”.

Comuneros, marionetas de Camilo de la Espriella

Fueron unos años realmente difíciles, en eso coinciden quienes lo conocieron. La  enfermedad, la soledad y una mala situación económica comenzaron a opacar la creación del maestro titiritero, quien luego de su partida el pasado 8 de abril, deja un valioso legado. Sus ojos se cerraron, su voz se apagó y sus manos dejaron de jugar con los hilos transparentes, pero la alegría y el entusiasmo que siempre lo caracterizaron seguirán vigentes en el teatro de marionetas que él mismo ayudó a construir, así como sus obras quedaron escritas para siempre y sus muñecos continuarán viviendo en los escenarios donde tengan la oportunidad de regresar o en algún lugar donde sean exhibidos en homenaje a su creador.

El Instituto Distrital de las Artes – Idartes rinde una especial distinción a este hombre que innovó en el arte dramático y que con su historia de vida se convierte en ejemplo de amor, persistencia y entrega. ¡Gracias maestro Camilo por sus enseñanzas y el patrimonio artístico que dejó en esta tierra!

 

Por Yeimi Díaz Mogollón

Fotos de Hilos Compañía