Una historia de quietud, sonrisas y talento innato
La soledad y el silencio. Dos palabras que pueden inquietar a cualquier persona se han convertido en herramientas claves para Edwin Bonilla Riveros, un hombre de 32 años que día a día lucha contra la ansiedad natural de su ser; contra sus pensamientos, preocupaciones y charlas interiores, para lograr mantener cuerpo y mente en total quietud, mientras representa a uno de los personajes de su arte congelado, una práctica que ejerce hace casi dos décadas en las calles bogotanas y que comúnmente se conoce como las estatuas humanas.
Mientras está parado sobre una base de madera, con la mirada fija hacia el infinito y sus manos extendidas como esperando un saludo de todo aquel que camina sobre la acera, Edwin apenas mueve su boca para hablar de cómo logra mantener esa quietud de cuerpo y mente: “Un recuerdo te deprime, una emoción te hace poner feliz o tienes un deseo; estás tratando de tener tu cuerpo quieto, pero tu mente va a mil, entonces ahí es donde viene el trabajo duro; empezar a practicar la relajación, la meditación, el control de la mente; ponerte en blanco y entrar en conexión con la respiración para que todo eso se vaya”.
Esto es algo que Edwin ha aprendido a lo largo de su experiencia artística, durante 18 años; no propiamente en una universidad, sino en la vida, en la vida diaria y en cada una de las acciones que ha emprendido para perfeccionar su técnica porque, además de estatua humana, este talentoso hombre ha sido actor, bailarín, mimo y clown, ha hecho globoflexia y ha incursionado en la creación de vestuario y maquillaje teatral, lo cual, como señala, lo ha convertido en todo un artista plástico, un artista del espacio público, uno de los 350 que actualmente hacen parte del programa Arte a la KY del Instituto Distrital de las Artes – Idartes.
Pero más allá de la experiencia, esta historia comienza desde que Edwin era niño, en el colegio; según recuerda, siempre ha tenido esa pasión por el arte y sus actividades en la vida escolar estuvieron enfocadas en diferentes prácticas artísticas; de ahí que se convirtiera en bailarín, hasta el día que tuvo la oportunidad de ver, por primera vez en su vida, a una estatua humana. “Quedé impresionado. Estuve toda la tarde viéndolo, fue extraño, fue una conexión muy extraña; desde ese momento decidí comenzar con el arte congelado y mi primer personaje fue un robot, ahí empezó todo”, recuerda.
Desde entonces Edwin se dedicó al teatro; aprendió sobre pantomima, a montar zancos y otras técnicas del arte dramático que ha adquirido de manera empírica; eso sumado a su dedicación, investigación y lectura constante lo han llevado a ser una de las estatuas más admiradas en las calles de Bogotá y de otros países como Panamá, a donde ha viajado para demostrar y perfeccionar su talento, al tiempo que, como destaca, se permite tener otro tipo de contacto con la sociedad a través del arte, sacando una sonrisa a cada transeúnte y convirtiendo su arte en un tipo de terapia momentánea para la gente en las calles.
Así se gana la vida Edwin Bonilla y “con las uñitas”, como dice, ha logrado durante muchos años llevar el arte a diferentes espacios de la ciudad y promover de cierta forma la creación artística. Ahora, luego de estar tanto tiempo lejos de la institucionalidad, destaca el acompañamiento que ha recibido por parte del Idartes y su programa de artistas en el espacio público, gracias al cual ha participado en eventos que van más allá de las calles; es el caso de los Corredores Artísticos para la Reactivación, Bogotá Brilla y Memorias de la KY. “Es un apoyo chévere. Puedo ir a trabajar al centro con permiso, he participado en eventos y durante la cuarentena, que nos vimos quebrados, contamos con el apoyo; eso es una bendición”, señala.
Y así como siente la tranquilidad de trabajar en las calles bogotanas con el acompañamiento del equipo de Arte a la KY, Edwin ha querido apoyar también a otros artistas de la ciudad y del país a través de un trabajo de voluntariado que realiza para “sacar de las sombras” a otros artistas que, como él, se aventuraron a hacer arte en las calles como una forma de vida y una pasión que permite acercar el arte a la ciudadanía y demostrar que cada espacio de la ciudad está lleno de talento, del talento innato de cientos de mujeres y hombres que, como Edwin, se despiertan cada día para crear y sacarle una sonrisa a la sociedad.