Crónicas

Rutas de la Memoria: un legado documental para Bogotá

Este 15 de junio termina la serie que deja un legado cultural y patrimonial para la ciudad.
barrios unidos
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Llueve en el centro de Bogotá. Jorge Palacios mira por la ventana de su oficina hacia la ciudad, pensativo y consciente del final de la estrategia que durante cuatro años lo llevó a recorrer la ciudad, en su rol como responsable del Programa Culturas en Común. 

La estrategia, bajo el nombre Rutas de la Memoria, desde octubre de 2020, visibilizó  a quienes trabajan por los procesos artísticos y culturales de los territorios: cultores, sabedores, líderes comunitarios, que en el silencio y muchas veces con las uñas, lograron procesos potentes de resignificación de los espacios, dieron valor a la memoria, a la historia y a las artes; los mismos que forjaron comunidad y se abrieron paso para crear, imaginar y transformar a quienes los acogieron.

Ahora, en junio de 2024, cuatro años después, Jorge, el equipo de producción y realización y la comunidad, que fue la protagonista del documental de Barrios Unidos, se prepara para ver un último estreno, el del último capítulo de la quinta temporada, denominada Culturas vivas y transitadas, y que marca el final de la serie.

“Este es un proceso de memoria que seguramente servirá para profundizar en otros ejercicios de este tipo, a través del diálogo, seminarios,  conferencias y discusiones que, tanto los cultores como los agentes culturales podrán tomar como referencia para  generar otras experiencias o productos”, dice  Palacios a su equipo  mientras se acerca el momento de la exhibición final de la pieza audiovisual. 

“Llegar aquí ha traído desafíos, todo un proceso creativo, de aprendizaje, reconocimiento y valoración de las expresiones que existen en los territorios”, afirma Jorge mientras revisa sobre la mesa los últimos detalles del estreno. Recuerda esas primeras reuniones buscando una ruta para la estrategia, “todo esto inició con la revisión de las cartografías que se tenían en el Idartes, antes del 2020, sobre esa memoria cultural pero eran muy pocas, y tenían  una voz muy institucional”, manifiesta Jorge. Fue por esa razón  que decidió, junto a su equipo de trabajo,  reemplazar las cartografías por un producto más visual,  que permitiera una mayor interacción de la comunidad y que, a su vez, resaltara sus narrativas..

Mientras juega con el esfero y revisa los documentos, rememora  “luego iniciamos una mesa de trabajo y articulación con el Archivo de Bogotá, específicamente con el programa Bogotá Historias en Común 2.0, para establecer una hoja de ruta que permitiera reconocer los principios a tener en cuenta para la realización de los audiovisuales, sin salirse de la misionalidad de la entidad y del programa”. Fue así como se inició un proceso de investigación y de definición de las líneas. 

 

calles rodaje

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

A partir de estas búsquedas se da cuenta  de cómo esos procesos culturales apoyaban las manifestaciones, la autoconstrucción e informalidad que se daba en la ciudad, en el  crecimiento de zonas urbanas sin control ni licenciamientos. Palacios comenta “nos dimos cuenta que en la ciudad el 75 % de sus barrios fueron construidos por la misma población local y por el alto flujo de inmigrantes debido al conflicto armado en el país”, lo que generó unas dinámicas culturales específicas. “De ahí surge el principio del enfoque diferencial, que fue reconocer la voz de las minorías, de las comunidades, sobre todo las poblaciones que han sido desatendidas y no se les ha dado la posibilidad de que se expresen: campesinos, afrodescendientes, mujeres, LBGTI, jóvenes, personas en condición de discapacidad o personas mayores”, añade Jorge. 

Y mientras la lluvia cesa y la tarde cae, Jorge Palacios recalca la importancia de haber definido unos criterios para trabajar con las comunidades que permitieron priorizar las temáticas, los personajes y las manifestaciones artísticas y culturales que se tuvieron en cuenta para los documentales.

Pensativo, afirma: “nos basamos en los procesos que fortalecieron la base comunitaria desde la perspectiva artística. Que fueran experiencias colectivas, para no enfocarse en procesos particulares, sino en las experiencias en las cuales la comunidad se unía para atender algún fenómeno. Otro criterio, el valor simbólico, aquellos elementos que permitían la cohesión social y los procesos de memoria. Y como pilar, se tuvo en cuenta el valor histórico en aquellos procesos potentes que valía la pena vincular porque eso permitía asociar las diferentes prácticas desde el origen y le daba importancia a la memoria en un territorio específico”.

Hoy, producto del trabajo de cuatro años, son 18 los capítulos que han visto la luz, sin duda, una experiencia invaluable que termina el próximo 15 de junio con la proyección de Barrios Unidos, el último capítulo y a la cual están invitadas todas aquellas personas que hicieron parte de este grato proyecto. 

“Nunca debemos olvidar que nuestra misión desde Rutas de la Memoria siempre fue la de visibilizar aquellos colectivos, hombres y mujeres que día a día trabajan por defender las raíces de quienes son y de los territorios que habitan”, cierra Palacios mientras los rayos de sol se desvanecen a través de la ventana y él da el visto bueno a la invitación que se enviará para este, el último estreno.

 

 

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