Dos expertos analizan lo bueno y lo malo del trabajo colaborativo
“Así como ya se habla de mínimos vitales de agua, deberíamos hablar de mínimos vitales culturales, y la conectividad en este caso determina todo”. Alejandro Mantilla.
A propósito de la convocatoria de estímulos para fortalecer el ecosistema de la música en Bogotá, cuyo tema central es el trabajo colaborativo entre los diferentes eslabones de la cadena de valor de la música, estuvimos hablando con Alejandro Mantilla, músico, gestor, experto en política pública y excoordinador del Área de Música del Ministerio de Cultura; y con Consuelo Arbeláez, fundadora y asesora de CA MÚSICA, gestora, booker y manager, quien ha trabajado con artistas como La 33, Toto la Momposina, Pernett, Systema Solar y Las Añez.
Les preguntamos sobre el trabajo colaborativo en el sector de la música y de su panorama general en medio de la pandemia, y terminamos hablando de management, booking y derechos fundamentales. Y además están de acuerdo en dos cosas: en que debemos pensar en términos de nuevas economías complementarias a la de mercado, y en la necesidad de conectividad y acceso para buscar la equidad.
Alejandro, ¿cómo ves el panorama local, en especial en torno al trabajo colaborativo y al encadenamiento de los eslabones de la cadena de valor de la música?
Una de las líneas del Plan Nacional de Música para la Convivencia en el que tuve la oportunidad de trabajar era democratizar la práctica y el conocimiento y la otra era profesionalizar. Si bien se ha avanzado en especial en la segunda, todavía hay mucho por hacer. Así sea un lugar común decirlo, necesitamos repensar las cosas. Es evidente que se necesita un cambio y la pandemia dejó claro que no estábamos preparados. Sin embargo, es necesario aprovechar las condiciones, es una oportunidad a nivel institucional de cambiar paradigmas y las formas de vida en el campo artístico.
A pesar de que el campo es precario en lo asociativo y lo colaborativo, sí existe potencial. Necesitamos combinar procesos especializados, impulsar vanguardias, apoyar procesos maduros, promover convocatorias continuas o hacer un trabajo con semilleros, articular los distintos eslabones de la cadena productiva y apoyar procesos a nivel medio e inicial. Sería interesante comenzar a ver las grandes inversiones en este sentido, al tiempo que pensamos estrategias para que los medianos sean impulsados por los grandes y que los pequeños sean jalados a su vez por los medianos, los que ganan los estímulos.
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Por otro lado (esta no es una visión excluyente pero sí es una visión crítica), es usual en las políticas, consolidar en los discursos la lógica de mercado, es la predominante, y eso está bien. Pero no hemos tenido la habilidad para desarrollar otras lógicas complementarias en donde se tengan en cuenta también los capitales simbólicos, así como otras prácticas y métodos. Lo cierto es que existen diferentes economías de la música (que no son la de mercado), que no operan con la lógica de la competencia, de tal manera que la cadena debería ampliarse en su concepción interna.
Un ejemplo es COMARCA, una corporación para el arte y la cultura en Apía, Risaralda. Tiene unos procesos que incluyen componentes de formación y proyectos productivos, a la vez que permite que el modelo se replique y ha creado redes de organizaciones de carácter cooperativo: se convirtió en un plan departamental de música, con seis u ocho organizaciones locales. En estos procesos no se disocia lo social de lo musical. En realidad esta experiencia pone de manifiesto que se ha desaprovechado la economía solidaria. Es necesario promover iniciativas similares en otras regiones, al tiempo que hacemos un llamado de alerta a que no se pierda lo cultural y se termine reduciendo a la industria y al mercado, dimensionar que lo simbólico cultural y social no son retóricas. Hay que pensar en ese capital para nutrir, y hay que verlo como experiencia que sea ejemplo para la política pública.
Finalmente es importante decir que Bogotá ha jugado un papel importante en los distintos modelos, es un crisol de experiencias políticas, y se han ensayado varias cosas. Por ejemplo, hace unos años se habló del mínimo vital de agua; en la coyuntura actual, se está hablando de atención médica universal. Pienso que deberíamos comenzar a hablar de un mínimo vital cultural, en términos de derechos. Es una realidad que estamos desfasados políticamente y se necesitan respuestas contundentes y dignificantes.
Hay esfuerzos tremendos, sin duda, pero el mínimo se debería ubicar en cuanto a la conectividad, pues determina todo. Es el agua de la cultura. Se necesita una reacción directa para responder a ese derecho, invertir en infraestructura digital, y Bogotá lo puede hacer, pues tiene acceso a los usuarios, los tienen caracterizados. Se necesita que se genere una política social prioritaria que garantice la conectividad y acceso de los sectores más vulnerables. Al menos Bogotá, pero debería ser nacional. Todos los derechos culturales, hoy en día pasan por ahí, por la conectividad. Finalmente, acortar la inequidad solamente se puede hacer con respuestas contundentes que van a lo prioritario.
Los músicos son buenos colaborando musicalmente, hay que comenzar a usar esa habilidad, la naturaleza misma de la música es colaborativa”. Consuelo Arbelaez.
Consuelo, ¿cómo ha evolucionado la escena desde tu punto de vista?
Cuando yo comencé, trabajaba en festivales en Europa, como el Festival Latinoamericando en Milán, en el que trabajé durante 26 años. Uno de mis objetivos era traer bandas colombianas. Pero era muy difícil. En ese entonces llegaban tres propuestas diferentes de tres managers para la misma agrupación. Sacar una visa era una pesadilla, mientras que en otros países de latinoamérica estaban mucho más organizados. Se ha recorrido un largo camino en la profesionalización.
A finales de los noventa empezaron a surgir las llamadas nuevas músicas colombianas y comencé a conocer esos colectivos, Urián Sarmiento, La 33, Pedro Ojeda. Mi idea era ser la conexión con los festivales, representar artistas que vivián en Colombia. El sector comenzó a crecer, y un hecho clave fue la participación en mercados como WOMEX, pues es en estos mercados que los programadores y directores artísticos de los festivales (en Colombia les llaman curadores) conocen a los grupos.
¿Qué le interesa a un programador en una agrupación?
Primero está lo musical, claro. Es necesario que toquen bien y que tengan una propuesta definida. También que tengan las cuestiones técnicas resueltas, un buen rider, por ejemplo. Es fundamental contar con alguien que ya tenga una historia en su propio país. Que sepan prepararse para una convocatoria, que tengan su producto organizado. Luego, hay que identificar el ámbito, por ejemplo yo trabajo en el de la world music.
¿Qué se necesita en cuanto a trabajo colaborativo para que la cosa avance?
Colombia está sectorizada. Todo está centralizado en Bogotá, porque hay acceso, hay menos informalidad. En otros lugares hay una necesidad muy grande de acceso para poder descentralizar. También hace falta que se genere formación de directores artísticos; hay programas de desarrollo y fortalecimiento pero es un camino muy duro. Por ejemplo, ahora durante la pandemia las agencias estamos en el mismo lugar de los músicos, somos un eslabón débil de la cadena. Sin embargo hay muchos otros caminos por lo cual es necesario diversificar.
Lo que decía hace un rato de que la pandemia ha puesto de manifiesto que los humanos debemos estar en el centro, hace pensar que necesitamos una economía que responda al bienestar y no solo a los números.
Por la emergencia también se han comenzado a agremiar, pero es algo que requiere el sector, solo así se puede dialogar con el estado, los chiquitos no tienen poder de negociación y eso da pie a contrataciones abusivas. La agremiación busca el diálogo no la discusión, que las bandas sientan que tienen apoyo. Se necesitan también clusters. Pero todo esto implica despojar a la cultura colombiana de una idea muy arraigada de “hacer todo por mi cuenta”. Colabora significa cooperar, y la verdad es que a veces parece que no estamos listos para compartir. Es necesario competir pero también colaborar, competencia leal, y que entendamos que no es posible trabajar solos.
Los músicos son buenos colaborando musicalmente, hay que comenzar a usar esa habilidad. También hace falta comenzar a hablar con otros sectores de la cultura, como los museos, que el arte no esté segregado, este es parte del trabajo colaborativo que necesitamos. El arte siempre tiene una respuesta, y el poder de la música también está en crear lazos comunitarios. La naturaleza misma de la música es colaborativa.
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