Con danza contemporánea, el Gaitán reabrió al público bogotano
La entrada del emblemático Teatro Jorge Eliécer Gaitán estaba abarrotada de vallas y luces. Eran casi las 7:00 p.m. y comenzaban a llegar las personas que disfrutarían de una puesta en escena con la que este importante e histórico espacio cultural de Bogotá se abría de nuevo al público, tras varios meses de eventos exclusivamente virtuales.
La obra encargada de esta apertura era Campo muerto, de la compañía bogotana Danza Común, que reflexiona sobre la violencia y el desplazamiento en Colombia, pero también sobre la fortaleza para resistir y mantener la vida. La compañía se presentaría de nuevo en un escenario presencialmente, luego de meses de ausencia.
Con ayuda del personal de logística, los asistentes fueron ubicados en sus sillas, respetando el distanciamiento social y en completo silencio, pues la obra estaba a punto de comenzar. En algunos momentos, tuvieron que soportar el ruido que provenía de la calle, dada la imposibilidad de cerrar las puertas, según la normativa actual.
Sin duda, el piloto con el que se reabrieron las puertas del Gaitán fue todo un reto, en lo que tuvo que ver con el ingreso de los asistentes, el cumplimiento de las nuevas medidas de bioseguridad y la adaptación de las nuevas dinámicas de boletería y demás procesos.
Un total de 235 personas compraron su boleta para asistir al Gaitán la noche del pasado 12 de marzo, emocionados porque las puertas del emblemático escenario se abrían de nuevo.
“Realmente es una gran satisfacción poder volver a estar acá, después de tanto tiempo. De verdad es un placer y un gusto estar en este espacio que, sin duda, abrió las puertas para muchas más obras, para que el movimiento cultural no pare, para que los artistas sigan creando y llevando el arte a más personas y a más lugares, porque esta sociedad de verdad lo necesita”, comentó Laura Zarama, una de las emocionadas asistentes.
El público volvió a darle vida a la sala principal del Gaitán. Desde la penumbra, las personas disfrutaron y apreciaron cada grito, ademán y gesto que sucedió en la obra. Se les veía muy concentrados con lo que pasaba allí, pues a pesar de que la puesta en escena no incluyó muchos diálogos, logró captar su atención por los 49 minutos que duró la obra.
Vestidos con atuendos de colores vivos, y acompañados de una escenografía que evocaba el interior de una casa, pero también lugares al aire libre, se vio a los artistas muy enérgicos en el escenario; con cada movimiento, mirada y gesto. Al terminar la obra, podía notarse en ellos una respiración agitada y una sonrisa constante, sobre todo, cuando tomados de la mano hicieron la venia al público; al primero que tuvieron en frente en más de un año, cuando volvió a abrir las puertas este escenario cultural de los bogotanos.
Los aplausos y chiflidos no se hicieron esperar. Aquellos se prolongaron por varios minutos, mientras se bajaba el telón. Se encendieron las luces y los asistentes no se movían de sus sillas, como esperando una última aparición de los artistas. Los espectadores salieron felices, comentaron la obra en su camino hacia la salida por la carrera séptima y cerraron la velada con una bebida caliente, para hacerle frente al frío que no daba tregua.
“El frío, tan característico de Bogotá, es mucho más llevadero con este tipo de espectáculos, que te llevan a otro universo y te hacen olvidar del clima y hasta de los propios problemas por unos minutos. Es un placer volver a este teatro, en el que he disfrutado, me he reído y he llorado”, comentó Jen Ocampo, sonriente y emocionada, y aseveró que “volver al teatro, es volver a la vida”.