Danza y salud en la Casona de la Danza

Una oportunidad para entender que la vida es movimiento

Al cambiar la manera de moverse, se generan cambios en la forma de pensar, sentir y percibir.

Se observan más de 10 personas acostadas en el suelo, el ambiente es de total tranquilidad. Juliana, es la encargada de dirigir la clase; mientras camina en medio de las colchonetas, su voz repite una y otra vez las premisas que guían a los asistentes: suave, pequeño y lento. La invitación es a realizar las pausas necesarias y permitirse el no hacer, al momento de sentir dolor. De eso se trata, de experimentar el cuerpo a través del movimiento.

Todo comienza con un escáner mental. Los participantes reconocen la postura de su cuerpo mediante las preguntas de Juliana. Algunos, aunque no son conscientes de dónde tienen sus pies o cómo su pelvis toca el suelo, comienzan a dirigirse hacia un estado total de reconocimiento, escuchan como entra y sale el aire de su cuerpo, y se conectan a través de las sensaciones y la relación que tienen con su alrededor.

Luego, como por arte de magia, todos están inmersos en un espacio que les genera confianza, es momento de iniciar la lección de autoconciencia, serán 20 o 30 minutos. Se escucha únicamente la voz de Juliana preguntando: ¿Reconoces cómo estás sentado? ¿Dónde tienes tu pie izquierdo? ¿Y el derecho? ¿Qué forma tiene tu columna? Toda la atención está centrada en el cuerpo y, mientras tanto, se entra en un estado absoluto de bienestar.

Ahora es momento del contacto. Juliana ha dejado de escucharse por unos minutos, los asistentes se ponen en pies y se miran unos a otros para definir su pareja ideal en este baile. Las manos comienzan a ser protagonistas del gran encuentro porque han sido elegidas para guiar los movimientos. Nuevamente la maestra habla, esta vez para abrir espacios de improvisación a través de la lectura de algunos textos. Aquí la danza comienza a tomar forma, es como el nudo artístico del cuento que desencadenará en un acostumbrado final feliz.

Juliana Rodríguez es bailarina, caleña y residente de Bogotá desde el 2004. Durante cuatro años de su vida se dedicó a estudiar el Feldenkrais, la práctica de experimentación corporal en la que están inmersas las 10 personas de esta historia ocurrida hace algunos meses en la Casona de la Danza. Se trata de un taller de aprendizaje a través del movimiento, donde lo vivencial es lo importante, y el sujeto puede reconocerse y transformarse a sí mismo.

Esto es lo que en el mundo de la educación se conoce como una práctica somática, la cual hace parte del programa de Danza y Salud del Instituto Distrital de las Artes – Idartes, que busca generar conciencia sobre la importancia del autocuidado, entendiendo que todos tenemos un cuerpo y que la danza sirve de excusa para conocerlo, sentirlo y protegerlo.

De nuevo, en el salón de pisos de madera, las personas se acuestan, no sin antes caminar un poco por el espacio para hacer puente con la vida; las colchonetas han sido ocupadas por unos cuerpos físicamente cansados, pero internamente renovados. Es hora de hacer otro escáner, más preguntas de atención para validar lo que se siente y lo nuevo de esta percepción. Juliana sigue siendo la guía.

Ahora, todos en círculo comparten su experiencia somática, pasan por lo verbal todas las sensaciones vividas en estos 180 minutos de clase. Algunas personas se quedan mudas, tal vez porque no tienen las palabras para explicar lo que sienten o, como explica Juliana, porque encuentran sincronía y empatía en la experiencia de otros. El final feliz: beneficios emocionales, físicos y mentales que generan un contexto seguro para explorar cosas nuevas.

Saliendo, se encuentran personas con diferentes motivaciones. Juliana comenta que algunas de ellas buscan el Feldenkrais como una práctica para aliviar su ser, otros para procesos de recuperación de lesiones, pero en su mayoría, para potenciar prácticas culturales a través de procesos de autocuidado, de mejorar sus capacidades y generar conciencia sobre el cuerpo.

Esto es precisamente lo que logró Mary Luz Cuartas, una bailarina de danza oriental que estuvo presente en uno de los talleres de Feldenkrais, impulsados por la Gerencia de Danza del Idartes. Su risa nerviosa delata los vagos recuerdos que tiene de la clase, sus compañeros y la maestra, pero de lo que está segura, es del conocimiento que adquirió en los pocos talleres a los que asistió; y dice pocos porque siempre se inclinó más a las clases de yoga.

Entre sus recuerdos están las colchonetas, esa herramienta ideal para hacer estiramientos, equilibrar la espalda y explorar el movimiento; menciona, que al menos 10 personas estaban a su alrededor, aprendiendo a cuidar el cuerpo. Su relato se detiene por un momento, tal vez para pensar en ese beneficio real que le brindó el programa, retoma diciendo: “si, se trata de tener conciencia del cuerpo y el movimiento”.

Un ritmo para cada gusto

Mary Luz se vinculó a las actividades de Danza y Salud gracias a una amiga que, en el año 2013, la invitó a participar en los talleres de la Casona. Esta bailarina de 40 años de edad, recuerda como si fuera ayer, la emoción que sentía al recibir los correos de los profesores confirmando la clase. Era un trabajo sencillo: llenar un formulario de Google y esperar, eso último era lo realmente importante, esperar el cupo para su participación.

Siempre lo logró, al inicio Mary Luz asistió a clases de teatro, ballet, flamenco y folclor internacional, luego se fue enfocando en los temas de salud y empezó con el yoga; una experiencia que recuerda claramente por la cantidad de gente que asistía a las sesiones, dice que eran más de 30 practicando los domingos a las 9:00 de la mañana.

Su compromiso se hace evidente cuando habla de la rutina para ir a los talleres. Con su risa nerviosa nuevamente a flote y muy entusiasmada, recuerda que, con colchoneta en mano, salía muy temprano de su casa para tomar el Transmilenio y llegar al menos media hora antes del inicio de la clase; de esa manera, garantizaba una buena ubicación en el salón.

El esfuerzo ha valido la pena. Actualmente Mary Luz comparte el conocimiento adquirido con sus alumnos de danza árabe. Un poco de Feldenkrais, otro tanto de yoga y mucha meditación, hacen parte de sus rutinas; además, cada día es más consciente de la importancia de cuidar el cuerpo para mejorar su nivel de danza y su calidad de vida, como lo han hecho más de 200 personas que en el último año participaron en las actividades de Danza y Salud del Idartes.

Lo maravilloso de estas experiencias es saber que el rostro de estas mujeres irradia alegría por el bienestar físico y emocional que las invade; con sus palabras, se hace evidente la pasión que tienen por el arte y la educación; también, la importancia que le han dado al autocuidado como un principio que las lleva a correr más allá de sus metas, en busca siempre de nuevas creaciones, entendiendo que la vida es movimiento y que, como nos enseña Juliana, “es a través del movimiento que puedes generar cambios profundos en ti, porque si cambias la manera de moverte, cambias también la manera de pensar, de sentir y de percibir”.

Por Yeimi Díaz Mogollón