Los Rolling Ruanas redefinen la identidad campesina musical
Los Rolling Ruanas son una banda auténtica y versátil, que se la jugó por fusionar los ritmos típicos del Altiplano Cundiboyacense con los sonidos del rock anglo de los sesenta y setenta. Los bogotanos son capaces de llevar a cabo un show en cualquier espacio de la escena alternativa de Chapinero, en Bogotá, y al mismo tiempo pueden poner a bailar a toda una población en algún festival de música popular.
La banda de Bogotá se ha esforzado por mantener un mensaje que honre la tradición campesina, la cual es para ellos mucho más que el cliché del campesino enruanado. “Lo que nosotros estamos tratando de abrir con la carranga es mostrar que en el boyacense, y en general en los campesinos del Altiplano, hay paisajismo, ordeño, coquetería, mucho sentido del humor, inteligencia y bondad”, comenta Juan Diego Moreno, vocalista y guacharaquero de la banda.
Durante seis años de trayectoria artística, el grupo ha llevado a cabo más de 300 conciertos, entre los cuales se destacan aforos completos en icónicos espacios de las artes escénicas como el Teatro Colón de Bogotá, el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo, La Castellana y El Pablo Tobón Uribe de Medellín.
El próximo 21 de agosto a las 7:00 p.m., Los Rolling Ruanas serán los protagonistas de una nueva sesión del Gaitán Desconectado. Juan Diego Moreno, vocalista y guacharaquero, habló sobre el momento actual de la banda, de cómo se ha transformado su sonoridad, de la tradición campesina y, por su puesto, de la pandemia.
¿Cómo surgió la idea de fusionar las músicas del Altiplano con sonidos del rock de los sesenta y setenta?
No hay una idea premeditada. Nace de la exploración sonora, desde la carranga, porque con todos mis compañeros de los Rolling Ruanas teníamos un grupo de carranga donde tocábamos muchas canciones tradicionales, sobre todo del maestro Jorge Veloza. En algún momento se nos cruza un acorde de A hard day's night de los Beatles en el tiple, y a aprtir de eso empezamos a explorar desprevenidamente con la música de los Beatles sobre el formato carranguero y campesino, con la sorpresa de que empieza a funcionar muy bien. Empezamos a hacer una exploración en la que quisimos descubrir en la génesis del rock dónde estaban esas vertientes más cercanas a lo que la música campesina en Estados Unidos; con la sorpresa de que el sonido del tiple o del requinto no distaba mucho de un banjo o de una guitarra folk o de doce cuerdas. Creo que eso nos abrió mucho la mente para darnos cuenta de que había todo un concepto por explorar y desarrollar.
¿Y cómo se ha transformado el sonido de la banda?
La banda decide dejar de hacer covers porque sabe que en cualquier momento, como cualquier boom mediático, terminan. Y nosotros decidimos explorar todo un terreno de la música del Altiplano Cundiboyacense en fusión, en principio, con el rock; y nos dimos a la tarea como músicos de componer. Empezamos a sentir que tanto a la música campesina del Altiplano como al rock les cabían otros elementos, también de la tradición popular latinoamericana. Entonces se pueden encontrar elementos de rancheras, de un bolero, de un tango. Y ahí le dimos rienda suelta a la imaginación.
¿O sea que podría decirse que ese híbrido es el momento actual de la banda?
Sí, creo que ese es un poco su momento actual. La base es campesina, la energía y la comunicación es muy del rock, pero su esencia tiene mucha permisividad con las músicas hermanas de Latinoamérica. Creo que lo permite por la riqueza musical y tímbrica, sacando a los instrumentos campesinos de lo que conocemos; de una carranga, de una guabina, de un torbellino. Los ritmos y los patrones musicales más obvios. Pero cuando rompemos esos esquemas dentro de los mismos instrumentos, encontramos que hay mucho más por escuchar y explorar.
¿De dónde nace la predilección por esas músicas del Altiplano?
El interés nace de dos raíces. La primera es un interés familiar; el requintista y yo tenemos familia en Paipa, Sáchica, Tibasosa, Tunja; mucha región boyacense. La familia del guitarrista es de Vélez y Bolívar, Santander; todavía muy hermano de Boyacá; de mucha guabina y mucho torbellino. Y el tiplista es de Pitalito, Huila, pero el abuelo tocó con la orquesta de Lucho Bermúdez; su padre tocaba guitarra y estuvo en un colegio donde incentivaban mucho las artes. La otra vertiente de nuestro interés en la música del Altiplano es también la escuela; pertenecimos a escuelas que estaban pasando por procesos de resignificación de las músicas colombianas, metiéndolas un poco a los programas académicos, haciendo ensambles de música campesina y creo que eso fue también súper determinante para tener esas inquietudes.
¿Qué significa para usted la música campesina?
Esa “boyacensidad” o esa identidad campesina la podríamos definir como un modo de vida. Yo creo que los campesinos del Altiplano Cundiboyacense tienen una manera muy particular de ser. Hay una identidad muy introspectiva; un poquito tímida también. Por eso el boyacense cuando se toma sus chichas o sus cervezas se pone muy alegre, muy extrovertido. Creo que eso es un legado del sometimiento español, del colonialismo, y eso quedó en los genes. Lo bonito es ver que ahí hay una historia y un legado pero a través de la música se empieza a comunicar.
¿A qué le apunta el contenido lírico de Los Rolling Ruanas?
La banda tiene dos facetas. Una que es un poco más metafórica, como la parte donde uno ve la esencia del rock, que son letras poco concretas, pero que hablan de muchos estados, de la introspección; de sentir, de pensar. De entrar en la conciencia individual y de asumir una postura frente a la vida desde ahí. Y creo que eso luego conecta con una postura muy de recordar y honrar la raíz; el ancestro, la naturaleza, al campo en general. Y creo que una cosa conecta con otra, y que la génesis del ser humano tiene que ver con el campo sí o sí.
¿Considera que la propuesta de Los Rolling Ruanas podría ubicarse en un punto medio entre lo alternativo y lo popular?
Por supuesto. Y creo que muestra de eso ha sido tocar en festivales como Rock al Parque, que tienen una carga muy específica dentro del contexto del rock y un público a veces hasta un poquito sesgado. Pero también en teatros como el Colón o el Julio Mario Santo Domingo, que fue el escenario que nos abrió la inquietud de hacer un show para teatro. Luego, llegar con Edson Velandia al Jorge Eliécer Gaitán, donde hemos dado el show más maduro, a nivel de teatro. Y por último están los escenarios campesinos, que son escenarios de vereda, de pueblo; de ferias y fiestas. Donde lo que se exhibe es más un carácter de gozo, de dicha, en el que va a conectar con la gente. Y creo que Los Ruanas pueden pasar por los tres tipos de shows.
¿Cómo ha cambiado la dinámica de la banda debido a la pandemia?
Creo que, como muchas bandas, el trabajo en casa lo hace repensar muchas formas de trabajar, y yo creo que lo más importante de eso es aprovechar el tiempo. Hacer una videollamada de tres horas, donde hay muchos temas de qué hablar, hay música que componer, música que evaluar. Un trabajo es como músico, pero hay otro también como empresario. En cuarentena se nos ha obligado a trabajar con más consciencia. Porque si no aprovechamos el tiempo se nos va toda una planeación y el desarrollo de unas actividades muy honestas, muy artísticas, muy entregadas a nuestro público. En algún momento, cuando esto comience a tener un desenlace natural, queremos seguir trabajando y que las oportunidades vuelvan a reabrirse, gracias a que se completaron muchas ideas, canciones o proyectos ante las adversidades.