Los persistentes pasos que se abren camino en la danza
Angélica tiene 33 años y José Luis 62, ella es de Santander y él de Perú, pese a que se formaron en lugares y tiempos distintos, comparten el amor por las artes y el escenario que ha sido testigo de sus procesos dancísticos: la Casona de la Danza.
Corría el año 2010, un tiempo de cambios políticos y culturales para Colombia. En todas las regiones del país, los ciudadanos se preparaban para elegir al nuevo presidente, mientras que en la capital, además, un grupo de profesionales alistaba los materiales para restaurar una de las edificaciones con más historia en la ciudad, la Escuela República del Perú, construida en la alcaldía de Jorge Eliécer Gaitán para la educación pública de los más jóvenes.
A su vez, en San José de Miranda, un pueblito ubicado al oriente del departamento de Santander, por la antigua carretera a Bucaramanga y a siete horas de esta ciudad, una mujer de 24 años hacía sus maletas para salir del país, por primera vez, con destino a Nueva York; algo inimaginable para esta joven procedente de una familia humilde que, aunque no tenía la oportunidad de apoyarla económicamente en su deseo de ser bailarina, siempre la animó para alcanzar sus metas.
Las puertas se abrían para Angélica Tatiana Roa, quien dio sus primeros pasos de baile a los ocho años con tímidas presentaciones durante la primaria, impulsada por su profesor José Luis Pinto, quien luego se convertiría en uno de sus compañeros de danza a nivel profesional. Ese acercamiento al arte fue muy corto, la situación no era la adecuada para dedicarse a esta labor y aunque a sus 14 años ganó una audición de la Escuela Departamental de Arte, la luz se apagó muy pronto porque el conservatorio de danza decidió cerrar.
En ese entonces, cuando corría el año 2001, la Escuela República del Perú en Bogotá estaba abandonada, sin saber que años más adelante se convertiría en la Casona de la Danza, un equipamiento cultural que abrió sus puertas en el 2011 para promover y fortalecer la danza en Bogotá a través de experiencias, conocimientos y redes artísticas; lugar a donde tiempo después llegó Angélica Tatiana para desarrollar sus proyectos dancísticos, luego de regresar de una escuela de Nueva York donde adelantó estudios en danza moderna.
En la mente y el cuerpo de Angélica siempre estuvo presente la danza; por eso, antes de viajar a Estados Unidos participó en un semillero de Bucaramanga, donde se esforzó para ganar las condiciones de fuerza, resistencia y flexibilidad requeridos, porque como ella misma indica “quería insistir, persistir y resistir hasta que la danza empezara a tomar un camino en mi cuerpo y en mi ser”. Esta actividad la alternó con sus estudios en Física en la Universidad Industrial de Santander, donde recibió su primer título profesional en el año 2010, días antes del anhelado viaje al exterior que ganó con la Beca artistas jóvenes talentos del Icetex.
Bogotá la esperó con las puertas abiertas. A su regreso de Estados Unidos, Angélica se radicó en la capital colombiana y empezó su vida profesional como bailarina y coreógrafa. Ha realizado proyectos en el Teatro Jorge Eliécer Gaitán, el escenario público de mayor aforo en la ciudad, y es bailarina multiplicadora de Orbitante, una estrategia del Instituto Distrital de las Artes – Idartes, para fomentar encuentros creativos alrededor de la danza.
También dirigió una presentación en el marco del programa Danza en la Ciudad, donde por primera vez combinó sus dos profesiones: la física y la danza, en Relative, una puesta en escena que aborda el concepto de relatividad del espacio-tiempo a través del movimiento, con propuestas como una gravedad distinta, un cuerpo que se transforma con el dinamismo del espacio y guiños a otras interpretaciones de las artes; investigación que desarrolló en la Casona de la Danza.
“Un amigo me habló de la Casona, me dijo que allí habían espacios para entrenar y que ofrecían talleres libres, fue entonces cuando comencé a visitar este escenario del Distrito que se ha convertido en el punto de encuentro para nosotros: bailarines, coreógrafos y directores; es un lugar que nos permite observarnos, reconocernos y valorarnos como artistas. Es bellísimo”, comenta Angélica Tatiana, entusiasmada por las oportunidades que ha encontrado en la ciudad y las redes sociales que ha tejido alrededor de su más grande pasión, la danza.
Y es que en este equipamiento cultural que está a cargo de la Gerencia de Danza del Idartes, confluyen una cantidad de artistas, compañías, agrupaciones y colectivos. Solo el año pasado, alrededor de 1.200 personas estuvieron en ensayos ocasionales, se tuvieron 23 compañías residentes, cuatro de las cuales fueron permanentes, y se recibieron cerca de 3.000 participantes en diversas actividades como: visitas bailadas, actualización de saberes y talleres de danza y salud, principalmente.
Entre esas miles de personas se encuentra también José Luis Tahua, asesor de proyectos pedagógicos en danza e investigador social. Desde mediados de los años 70 ha incursionado en el campo de las artes y su eje articular es la danza, lo cual agradece a sus padres y abuelos, también artistas, quienes lo motivaron a seguir por este camino, con el que mantiene una relación sincera, promoviendo las fuerzas sociales que genera la danza, especialmente en lo relacionado con el género contemporáneo.
José Luis conoce la Casona de la Danza desde sus inicios gracias al voz a voz y a los medios de comunicación que en ese entonces daban cuenta de la apertura de un nuevo escenario cultural en Bogotá. En el año 2013 decidió visitar el lugar y, al considerar que era una infraestructura adecuada para la preparación corporal, comenzó a utilizar sus diferentes salas para ensayos ocasionales, aprovechando además los programas que se ofrecen en materia de formación, creación, investigación y apropiación de la danza en la ciudad.
Este talentoso hombre de 62 años de edad, nacido en Lima, Perú, aportó al desarrollo de las dinámicas de la Casona de la Danza gracias a un trabajo de investigación que realizó. En su discurso apasionado se hace evidente el amplio conocimiento que tiene respecto a la danza y los diferentes programas que ofrece el escenario distrital. Con su experiencia como formador, destaca, por ejemplo, la figura metodológica de los talleres y conversatorios ofrecidos, haciendo un contraste con otros escenarios del mundo que ha tenido la fortuna de estudiar.
El llamado de José Luis es a fortalecer las prácticas teóricas, a que los artistas continúen aprovechando estos espacios de entrenamiento que, como a él, le han ayudado a consolidar procesos dancísticos. Ahora, la Casona de la Danza está cerrada por cuenta del COVID-19 que aqueja a más de 190 países en el mundo; los bailarines, coreógrafos, compañías y colectivos trabajan desde sus casas haciendo uso de las herramientas digitales, mientras que el Instituto Distrital de las Artes - Idartes busca nuevas estrategias para llevar el arte a la casa de todos los bogotanos. #IdartesSeMudaATuCasa
Mientras tanto, Angélica continúa trabajando desde la calidez de su hogar, ubicado al occidente de Bogotá, en innovadoras ideas para lo que serán sus próximas presentaciones, una vez la sociedad vuelva a las calles más segura y renovada. Su voz refleja la felicidad que ha encontrado con cada paso bailado, con cada meta alcanzada y con la fortuna de haber logrado combinar sus conocimientos en física con su amor por la danza. En el centro de la misma ciudad está José Luis, quien sigue haciendo pedagogía y ayudando a construir conocimiento alrededor de las artes. Ambos, seguros de que la Casona de la Danza es un espacio que les ayuda a crear, recrear y disfrutar cada parte de su ser artístico.
Por Yeimi Díaz Mogollón