Desmitificando la creación literaria con Eduardo Otálora
Hoy nos encontramos en un mundo particularmente distinto; la pandemia que estamos viviendo nos hace especialmente vulnerables y no solo porque estamos en constante riesgo de contagio, sino porque nos ha hecho replantear cosas que antes parecían ser irrelevantes, como, por ejemplo: nuestra cotidianidad. Por eso resaltar aquellos procesos creativos que marcan la diferencia entre la utilidad e inutilidad del tiempo en casa, aporta para que se genere un ambiente mayormente provechoso y motivador, que, en estos días, resulta ser favorable para cualquiera. La literatura es una clara manifestación de esto. Es allí donde el arte encuentra su voz y logra expresarse para conectar mentes.
El pasado viernes entrevisté a Eduardo Otálora, el ganador del Premio Nacional de Novela de Bogotá en el año 2019, con el fin de entender algunos de los aspectos creativos que se dan dentro del quehacer literario y así seguir fortaleciendo el programa “Idartes se muda a tu casa” del Instituto Distrital de las Artes, el cual garantiza una mayor cercanía de todas las propuestas artísticas de la entidad con los capitalinos vía digital.
Después de romper el hielo hablando acerca de cómo grabar una conversación sin tener que usar aplicaciones que, por la coyuntura están carísimas en las tiendas virtuales, esta conversación inició con la pregunta de fondo, inclusive, obvia, ¿cómo es el proceso creativo de un escritor?, buscando una luz de entrada que me permitiera entender de dónde surge todo; a lo que Eduardo contestó: parte de la reflexión que a mi me interesa hacer sobre la escritura tiene que ver con desmitificar un poco algunos lugares sobre la creación literaria; de cualquier texto creativo. – ¿Es decir? – Normalmente, se cree que es un asunto muy espontáneo y que una vez ocurre, es como una suerte de desboque que uno sigue, cabalga y avanza en él y de ahí sale una obra. Del desboque no sale una obra, del desboque sale una intuición sobre la cual uno trabaja. El proceso creativo es más bien, en mi caso por lo menos, dar forma a las intuiciones creativas, a esas fuerzas, a esos entusiasmos. Entonces, lo que sí me pasa es que me encuentro en una situación, con una imagen, personaje o historia que me activa una curiosidad; me dan ganas de inventármelos para saber quiénes son. – Y después de esto ¿qué sucede? – Pues esta fuerza creativa me acompaña mucho tiempo, y se da la oportunidad de que exista la imaginación. Por eso, en ese momento de darle fuerza a la intuición pasa algo muy interesante con relación a la lectura, no busco libros para leer y luego escribir, sino que leo, en las múltiples lecturas, cosas que me sirven, como un collage que complementa el proceso creativo. – De manera que se estructura un proyecto que posteriormente encuentra su fase estética y que Eduardo ilustra como la indagación de técnicas, formas que uno conoce y busca explorar, y que se articula con la propuesta del proyecto, para finalmente llegar a todos los aspectos formales en la escritura dentro de este proceso creativo.
Es decir, después de pasar por este primer momento y encontrar los elementos como resultado de la intuición y que ofrece la lectura, ¿armas el esquema de tu obra? Sí, lo interesante es que aparece un esquema, luego a la siguiente semana aparece otro. – Asumo, entonces, que sí hay una cronología desde ese primer momento en el que surge la idea y luego se construye ese borrador en limpio. Pero también me imagino que en la medida en que se va dando ese tiempo, se generan situaciones en paralelo, o retrocesos temporales, y ocurre lo que mencionas sobre la aparición de nuevos esquemas, pero entonces ¿en qué momento dices ahora sí escribo? – Ese es otro de los mitos, creer que todo el tiempo toca estar escribiendo. Las novelas no se redactan como finalmente terminan editadas, no es un asunto de “así se me ocurre, así lo redacto, así queda” porque eso termina siendo una camisa de fuerza, por eso es por lo que la primera línea del texto aparece en algún momento, y luego se descubre como la primera línea y todo lo que uno ha hecho es escribir. – Entiendo, es igual que con una película, en la edición es que se estructura su manera de mostrarse – Tal cual. Es clave resaltar que hay dos procesos paralelos en la creación: la creación misma, que es lo abstracto, el escribir, algo que puede ocurrir en cualquier momento, y la redacción, que es una acción concreta que uno está materializando en palabras al escribir lo que se tiene en la cabeza. Uno puede crear todo el tiempo, y luego redactar.
En estos días, investigando y revisando documentos para una crónica que escribí la semana pasada, encontré que García Márquez decía, en varias entrevistas que le hicieron, que a él lo que más se le dificultaba era el inicio del texto, y eso implicaba pensar y comenzar directamente en lo que se considera es el principio. ¿Es realmente así, te sucede lo mismo? Puede pasar que esa frase inicial sea la intuición creativa, un personaje, una imagen, y de esta manera coincidan, pero esto no es estrictamente así. Un ejemplo claro esta en el cine; lo mencionaste hace un momento. Nadie le pide a un director o a un guionista en el armado del guion, que la primera escena sea la primera rodada, o que la primera escena que está en el guion es la que primero pensó. Por eso es un poco raro que se asuma en los escritores que la primera línea es lo que primero pensó, no es estrictamente así.
Veo que, en ese ejercicio de buscar, se van develando cosas: situaciones, temperamento de las personas que conforman la obra, estados de ánimos, etc. Pero me intriga, por ejemplo, cómo se llega al nombre de los protagonistas. Hace días estábamos buscando material para el proyecto “Idartes se muda a tu casa” y nos encontramos con un podcast de un cuento infantil en donde sus protagonistas se llamaban Naricita Impertinente y Pájaro Carpintero Amarillo, y me pregunté cómo llegas a esos nombres. Cómo surgen Aureliano Buendía, Arturo Cova, Frankestein o Henry Jekyll y Edward Hyde, ¿Cómo llega uno a nombrar un personaje? Contrario a lo que pasa en el mundo real, que uno no puede escoger el nombre y que ese nombre no representa lo que uno es, como por ejemplo Arturo sin uno ser rey o estos pobres niños que van a llamar Covid, y termine uno llamándose como una enfermedad, en la ficción o mundo de la creación, uno mueve todo de manera intencional y se puede lograr, si es lo que el autor quiere, que todo encaje. Entonces se puede hacer que el nombre engrane en ese organismo vivo que es una obra literaria y me refiero a encajar con que el nombre hace parte de la construcción de la identidad del personaje y eso sea una decisión del autor. Entonces, puede ser determinado por ciertas características de los personajes o la época, nombres que son naturales directamente a ese universo narrativo. Por ejemplo, si la novela es “El día del odio” que es una novela sobre el Bogotazo, pues no se pueden llamar John Fredy o Estefany – ni Covid – porque va a brincar demasiado lo que yo llamo el identificador de la mentira; uno esta diciendo constantemente mentiras, pero la idea es que no se note. Otro criterio que tengo, dado a lo que yo escribo, que son textos no muy realistas, sino más bien fantásticos, es elegir el nombre para que sin que el autor lo diga explícitamente, el lector identifique con naturalidad que esa historia pertenece a determinado universo. Hay una película de George Lucas, que se llama THX 1138, y eso es un nombre; entonces si el nombre del personaje es THX 1138 uno ya sabe que esa historia va por determinada línea, aunque a uno no le digan nada más. Otro aspecto que también resulta relevante en el momento de escoger los nombres, y de hecho esto se ve con García Márquez, tiene que ver con la genealogía, árboles familiares, y por eso hay unos nombres que responden a esos árboles y se añade la sonoridad, dando un criterio estético, y con todo eso uno encuentra el nombre.
Siguiendo con el tema de los nombres, cuando yo voy a nombrar la obra, ¿es similar o eso es otro proceso completamente distinto? Yo creo que hay maneras de ver los títulos. Primero los títulos de trabajo, es decir, cuando un proyecto aparece también le aparece un nombre, a veces ocurre que ese nombre es potente y habla bien de lo que dice el texto, aunque no siempre es así. Otra manera es ‘testear’ los nombres, por ejemplo, apelando a los personajes; porque si el peso del proyecto está en el personaje esto puede llegar a ser una buena idea, si la novela gira alrededor de un espacio puede ser útil apelar a ese espacio, o si es una reflexión hacia un tema en específico, puede nombrarse utilizando ese tema. Después, es importante en el 'testeo' con los lectores, indagar si el titulo es fácil de recordar, si funciona, llama la atención, la imagen que propone es clara o si la sonoridad esta bien; criterios muy técnicos que le sirven al autor. Lo que yo hago es que tengo un título de trabajo, lo ocupo hasta que el proyecto aparece, esa imagen que se va redondeando más, y trabajo hasta que de pronto aparece algo mejor y al final me quedo con el último que tenga, el que mejor he trabajado y así lo presento, dispuesto a tener que cambiarlo.
A uno le enseñaban, cuando estaba en el colegio, que todo escrito que tuviese intención literaria, y pensando sobretodo en la novela, debía contar con la estructura: principio, nudo y desenlace, y que era fundamental a la hora de escribir para lograrlo de manera correcta. Luego nos dijeron, bajo esa visión mecanicista del mercadeo, que, si queríamos vender nuestras obras, con mayor razón, debíamos darle al escrito la estructura que todo el mundo usaba y que funcionaba perfectamente. ¿Crees que esto ha cambiado hoy en día? Quiero decir, la conservación de ese orden canónico que enseñaban antes. ¿Toda novela debería tener una misma estructura? Bueno, esta reflexión tiene dos partes: la primera es que todo texto escrito en el mundo, ya que estamos condenados al tiempo, tiene una estructura que es la linealidad, la secuencia acumulativa. Nosotros en el mundo vivimos en línea recta, todo va hacia adelante mientras no consigamos viajar al pasado. Es por eso por lo que la linealidad se convierte en nuestra estructura existencial fundamental; muy raro que un proyecto creativo trate de irrumpir con esta linealidad. Esto no es así por un capricho de personas que dijeron “esto es así” sino que fue por una suerte de personas sensibles a cómo es la vida.
Después de una buena aclaración sobre la temporalidad y la linealidad como estructura fundamental, Eduardo expone algunas de las características del texto narrativo, como algo que el escritor cuenta, una experiencia ya vivida en la que es inevitable plasmar algo de sí mismo, un miedo, una preferencia. Este (el texto narrativo) implica una serie de experiencias obtenidas en determinados momentos y que posteriormente le cuento a los demás para que se enteren. Por eso es necesario contar las cosas tal y como pasaron. La linealidad es fundamental, primero porque es el tiempo en el que nos movemos, y segundo, porque esta permite que los otros accedan, tal y como se hace en las obras de arte. Entonces se añaden algunas características que generan intriga y nos hacen estar plenamente atentos, como el padecimiento de un personaje, los sucesos más relevantes e impactantes, entre otros.
La estructura clásica en la escritura es un sedimento de nuestra manera de contar y es funcional porque si se usa de la manera correcta se puede conectar con los espectadores, para que los demás sientan. Aunque en la contemporaneidad resulta favorable también descubrir algunos aspectos en cuanto a la forma, que también podrían resultar útiles, como por ejemplo hacer saltos temporales, comenzar con el final, entre otros.
A veces, en el tema de las artes, uno se encuentra con visiones puristas sobre este ejercicio, y se cree que hay algunas acciones que desmeritan la pasión artística, como por ejemplo, un profesional del ballet que piensa que si da una clase básica de baile desestima todo su ejercicio artístico; algo que podría nacer de la pretensión sobre querer siempre elaborar obras de arte sumamente exitosas, olvidando la esencia pura del arte como expresión de lo más profundo, que en sí misma, ya posee un valor incalculable. En este sentido te pregunto ¿escribes para ti? Recuerdo una entrevista que le hicieron a Quentin Tarantino, cuando salió la película “Cuatro habitaciones”, en donde decía que hacía cine para él, que se sentaba a ver el producto final y su medida estaba en su propio deleite, independientemente del éxito que pudiera llegar a tener. Primero debo decir, en mi defensa, que escribir siempre es difícil, y segundo, escribir siempre es incierto. ¿Por qué siempre es difícil? Yo escribo también por encargo un montón, en radio nacional me escriben a las 11 de la noche, “se murió tal persona, escribe una nota” por lo que termino quemando un montón de neuronas escribiendo por deber, o también, escribir después de una coyuntura. Dos minutos después de comenzar a escribir, ya estoy iniciando un proyecto que exigirá mucho de mi tiempo, que finalmente termino quitándoselo a otras actividades necesarias como mi familia. Y también es incierto porque, aunque yo haya corrido el riesgo de escribir ese texto sobre la pandemia, y pensado en personajes con los que el publico se pueda identificar, puede terminar sin conexión alguna por valoración de los lectores. No importa qué escriba sino la apreciación de los lectores, un poco lo que sucede con la magia en textos para jóvenes o las narco novelas que tienen más nicho en contextos como el nuestro.
Podría añadir como un tercer aspecto que uno termina escribiendo lo que quiere, porque finalmente es uno el que decide, a menos que a uno le estén pagando libros por encargo, que es otro tema, pero finalmente uno resultaría escribiendo también porque quiere. La contraparte sería la interpretación que hacen los lectores de las obras, entonces, por ejemplo, “La hora gris” que es la novela con la que gané el Premio Nacional de Novela, es una historia apocalíptica; el mundo se acaba, hay desplazamientos y situaciones complejas como el hambre, pero el lector que lo lea podría decir “pero ese tipo obvio que escribió eso porque estábamos pasando por un momento de pánico mundial” y pues no, yo escribí esa novela hace cuatro o cinco años pero circunstancialmente, al no estar publicada aún, el tema de mi novela y las circunstancias pueden generar en los lectores unas interpretaciones específicas. En síntesis, sí, yo escribo lo que quiero, a veces eso coincide con lo que quieren los lectores, y a veces eso coincide con circunstancias importantes en el mundo.
Los procesos creativos son sin duda expresiones desde lo más profundo, mente y alma, que buscan un lugar en el mundo, materializarse desde la complejidad de las diferentes ramas del arte y lograr compartir de algún modo mensajes característicos de quien se expresa. Enfrentar la falta de ocupación en el tiempo libre en casa no solo debe entenderse como la necesidad de buscar hacer algo porque sí para no ver pasar las horas sentado en el borde de la cama, sino explorar lo profundo de nosotros y encontrar ese artista que ve en esta coyuntura, la oportunidad de hablar por medio del arte. En la entrevista con Eduardo Otálora se muestra un panorama complejo de lo que significa escribir, y algunos componentes que pasamos por alto en el veloz afán de la vida. Es importante que aprovechemos el tiempo, para encontrarnos con nosotros mismos e incluso con quienes nos rodea, si tenemos la fortuna de estar acompañados, para de esta manera, hablar y contar historias con herramientas distintas a la voz.
Por Edgardo Paz