Lanzamiento del VIII Festival Danza en la Ciudad, foto de Juan Santacruz
Crónicas

La danza no se detiene, los cuerpos se mueven a otro ritmo

El ser humano es capaz de adaptarse y generar transformaciones que hoy se viven incluso en el mundo artístico.

Marzo de 2020. Las páginas principales de los diarios en Colombia alertan la llegada de un nuevo virus que ya ha dejado víctimas mortales en otros países del mundo. El pánico se apodera de la población, se toman medidas de seguridad y la cotidianidad se transforma. Juan David, lleva varios meses trabajando en un proyecto de exploración y encuentro, pero sus objetivos tendrán que volcarse a la virtualidad; y Mónica, comienza a cerrar las puertas de su escuela, los docentes se reúnen para capacitarse en herramientas digitales, mientras niños, jóvenes y adultos esperan instrucciones para seguir con su proceso de formación.

Juan David es un chico de 23 años de edad, matemático, nacido en Bogotá y apasionado por las artes escénicas. Durante su paso por la universidad, a donde llegó a estudiar números puros, se inquietó por la danza y desde entonces ha recorrido muchos espacios de la ciudad, bailando y compartiendo conocimiento alrededor de esta práctica artística. Y en ese mismo claustro nació Sujetos, un colectivo que hace reflexiones acerca de las personas desde diferentes disciplinas: el arte, la filosofía y, por supuesto, las matemáticas.

Eso fue entre los años 2016 y 2017, cuando Juan David, con algunos de sus amigos, comenzó a trabajar en una puesta en escena para el grupo de danza contemporánea de la universidad; fue algo que nació de repente y que desde entonces ha funcionado como un colectivo itinerante que acoge todas las ideas posibles, sin restricción alguna; es, como dice él, un espacio donde no existe una sola cabeza, no hay una sola persona que propone, sino un lugar donde todos son bienvenidos y pueden tomar la batuta para guiar los movimientos de un proyecto determinado.

Y Mónica es maestra en música, coreógrafa, docente y actual subdirectora de Danzastudio; hija del señor Albán y la señora Rosmary Moncayo, directora de la misma escuela de baile que se creó en la capital colombiana hace dos décadas, con el objetivo de formar bailarines intérpretes en diferentes géneros como el ballet, el jazz, el Tap y la danza urbana y aérea; esto sumado a las rutinas de Stretching, entrenamiento físico y clases de música, que complementan la formación artística de decenas de estudiantes entre los cuatro y los 65 años de edad.

Tanto Mónica como Juan David han asumido con total responsabilidad, dedicación y mucha creatividad, los retos que ha impuesto el mundo digital desde aquel mes de marzo, cuando los seres humanos sellamos la puerta de nuestras casas para impedir la entrada del aterrador virus que aún circula por las calles. Los colegios cerraron, al igual que los escenarios; los cafés y restaurantes ya no son el punto de encuentro; ahora, los procesos de creación comienzan y terminan en el hogar, con la ayuda de las herramientas tecnológicas que incluso han permitido ampliar el público y recoger ideas de personas que en la presencialidad no se hubieran animado a hacer parte de este mundo artístico.

Eso es lo que ha ocurrido con Sujetos, que invitó a cientos de personas a través de redes sociales para que participaran con el envío de cartas anónimas con base en unas preguntas establecidas para generar reflexión en torno al proyecto La mámpara del deseo, una idea que surgió de Andrés Felipe y Juan David, integrantes actuales del colectivo, para reflexionar sobre todos los estados que están alrededor del deseo: la ansiedad, los ataques de pánico, el malestar, el placer y, en general, la intimidad del sujeto cuando está solo pero, que como explican, realmente no está solo porque está con su deseo.

Este es uno de los proyectos ganadores de las residencias virtuales de Orbitante, la plataforma del Instituto Distrital de las Artes – Idartes que impulsa los proyectos de danza en Bogotá. Es una historia que se cuenta desde el baño, ese lugar que es pensado desde la intimidad y que, en su ambigüedad, permite la exploración y el encuentro del sujeto en el marco de esos estados del deseo. Evidentemente el espacio es ideal para continuar el proceso de creación en medio del confinamiento; es, como dice Juan David, el lugar perfecto para estar encerrado, en casa, en intimidad…

Clases virtuales de Danzastudio. Foto cortesía

Por su parte, Mónica, segura de no querer abandonar las clases con sus más de 60 estudiantes, decidió guiar el proceso a través de la plataforma Zoom. Luego de probar varias herramientas, esta fue la que mejor funcionó para garantizar el avance formativo en los mismos horarios y con los mismos grupos con los que venía trabajando de manera presencial. Lo primero fue capacitar a todos los docentes y conversar con los estudiantes y padres de familia acerca del nuevo esquema. Ha sido un proceso muy satisfactorio, afirma; aunque no niega que la virtualidad es difícil, también es evidente la evolución.

Lo más destacable es que el 95% de los estudiantes están comprometidos. Cada uno, desde sus casas, se conecta en los horarios establecidos para cada clase, cumpliendo con los requisitos indispensables. Por ejemplo, las niñas entre cuatro y siete años están frente a la pantalla de lunes a viernes a las 4:30 de la tarde; con el tutú bien puesto y excelentemente peinadas, todas irradian alegría y compromiso para la clase de ballet. Son grupos pequeños, señala Mónica, porque lo importante aquí es que cada docente conozca el espacio y las posibilidades de movimiento de cada persona para garantizar su integridad y un buen baile.  

Aquí ha sido evidente y muy gratificante el acompañamiento de papás y mamás para el desarrollo artístico de los más pequeños. Eso es ganancia, porque en la presencialidad no se requería la intervención de los padres en el proceso de formación, pero ahora, es indispensable ese momento de compartir y guiar, principalmente en algunas actividades que, por cuestiones de salud y seguridad, así lo requieren; es un trabajo que antes hacían los docentes en las salas de clase, pero que ahora guían con la misma vocación y responsabilidad, a través de las pantallas.

El resultado de esto parece sencillo, pero es realmente admirable. Mónica presenta eventualmente los resultados de las clases y creaciones en casa a través del programa virtual Desde mi ventana, el espacio que ha reemplazado las presentaciones en vivo y los escenarios en los teatros, para hacer montajes cortos donde cada estudiante hace su aporte para un gran video que se transmite por las redes sociales @Danzastudio.

A su vez, Juan David y Andrés Felipe siguen leyendo las cartas anónimas y analizando los videos que han recibido en este ejercicio creativo que adelantan como residentes virtuales de Orbitante. Su meta es poner todos esos productos en diálogo; es, como señalan, crear una fuerza de tránsito por los universos del deseo que han sido compartidos por personas de todas las edades, profesiones y diferentes lugares del país. Un video será el producto final para provocar en la audiencia una interacción a través de movimientos que permitan recorrer los espacios de la intimidad e incluso hablarse frente al espejo, como lo ha hecho Juan David guiado por los anónimos que escriben para La mámpara del deseo.

Ambos proyectos siguen su curso creativo, seguros de las oportunidades que trae esta nueva etapa de la humanidad. Estos son solo algunos ejemplos de cómo la danza abre puertas para seguir su consolidación como una práctica que, más allá de transformarse, se adapta a la necesidad de cada tiempo y fortalece sus raíces para estar vigente, divertir y formar cada vez a más personas en este mundo versátil en el que damos un paso a la vez.

Por Yeimi Díaz Mogollón