En el periodo del shogunato de Ashikaga el altar de Ogawachi-Myojin, en Minami-Isé, cayó en decadencia; y el daimyõ del distrito, el Señor Kitahataké, se vio en la imposibilidad, por razones de la guerra y otras circunstancias, de costear la reparación del edificio. Entonces el sacerdote sintoísta que estaba a cargo, Matsumura Hyogo, buscó ayuda con el gran daimyõ Hosokawa, de Kyoto, de quien se sabía que tenía influencia en el Shogun. El Señor Hosokawa recibió al sacerdote con amabilidad, y prometió hablar al Shogun sobre la ruina de Ogawachi-Myojin. Sin embargo le dijo que, en cualquier caso, una ayuda para la restauración del templo vendría sólo después de una debida investigación y una considerable demora, y le aconsejó a Matsumura que permaneciera en la capital mientras se tramitaba la subvención. Matsumura, pues, trajo a su familia a Kyoto y alquiló una casa en el antiguo barrio de Kyogoku.
Esta casa, aunque espaciosa y elegante, llevaba mucho tiempo desocupada. Se decía que era una casa desafortunada. En el sector noreste había una fuente, y algunos de los anteriores habitantes se habían ahogado en ella, sin causa conocida. Pero Matsumura, al ser sacerdote sintoísta, no sentía miedo de espíritus malignos; y muy pronto se instaló cómodamente en su nuevo hogar.
En el verano de ese año hubo una terrible sequía. No llovía durante meses en las Cinco Provincias Centrales; los cauces de los ríos se secaron, las fuentes se agotaron, e incluso en la capital había escasez de agua. Pero la fuente en el jardín de Matsumura permanecía casi llena, y el agua –que era muy fría y cristalina, con leves tintes azulados– parecía alimentarse de un arroyo. Durante este temporada de calor mucha gente acudía de todas partes de la ciudad para rogar que le dieran agua; Matsumura les permitía llevar toda la que quisieran. Sin embargo, la provisión de agua, no parecía disminuir jamás.
Pero una mañana el cadáver de un joven sirviente, que había sido enviado desde una casa vecina para recoger agua, fue hallado flotando en la fuente. No pudieron imaginar ninguna causa de suicidio; y Matsumura, recordando las desagradables historias sobre la fuente, comenzó a sospechar de alguna malevolencia invisible. Fue a examinar la fuente, con la intención de rodearla con una cerca; y mientras se encontraba ahí solo, lo sorprendió una súbita agitación en el agua, como de algo vivo. El movimiento cesó casi enseguida; entonces vio, claramente reflejada en la inmóvil superficie, la figura de una joven de unos diecinueve o veinte años de edad. Parecía estar ocupada con su baño: vio con toda nitidez cómo se rozaba los labios con béni[1]. Al principio su rostro sólo era visible de perfil, pero de inmediato se volvió hacia él y sonrió. Un extraño temblor estremeció el corazón del sacerdote, y lo invadió un mareo semejante al mareo que provoca el vino; y todo alrededor se volvió oscuro, excepto ese rostro sonriente, pálido y hermoso como la luz de la luna, y que parecía ser cada vez más hermoso y estar arrastrándolo hacia el fondo, hacia el fondo de la oscuridad. Pero con un esfuerzo desesperado, recobró la voluntad y cerró los ojos. Cuando volvió a abrirlos, el rostro ya no estaba y había vuelto la claridad: y se encontró echado sobre el borde de la fuente. Un segundo más de ese mareo, un segundo más de ese espejismo, y jamás habría vuelto a ver de nuevo el sol…
Al regresar a la casa, ordenó a su gente no acercarse a la fuente bajo ninguna circunstancia, ni que dejaran que nadie fuera a buscar agua. Y al día siguiente tenía ya una fuerte cerca alrededor de la fuente.
Una semana después de la construcción de la cerca una furiosa tormenta acabó con la sequía, acompañada de vientos, rayos y relámpagos; relámpagos tan poderosos que toda la ciudad se estremecía bajo su clamor, como sacudida por un terremoto. Durante tres días y tres noches continuaron los aguaceros, los rayos y los relámpagos; y el Kamogawa creció como nunca antes había crecido, arrastrando numerosos puentes. En la tercera noche de la tormenta, a la Hora del Buey, se escucharon golpes en la puerta de la casa del sacerdote, seguidos de la voz de una mujer rogando que la dejaran entrar. Pero Matsumura, alertado por su experiencia en la fuente, prohibió a la servidumbre responder a la llamada. Él mismo acudió a la entrada y preguntó:
–¿Quién es?
Una voz femenina respondió:
–¡Perdón! Soy yo… Yayoi[2]. Tengo algo que decir a Matsumura Sama….algo muy urgente. ¡Abran, por favor!
Matsumura entreabrió la puerta, con mucha cautela, y vio el mismo bello rostro que le había sonreído desde la fuente. Pero ahora no sonreía: tenía una expresión muy triste.
–No entrarás en mi casa –exclamó el sacerdote–. No eres un ser humano, sino una Criatura de la Fuente... ¿Por qué tratas de engañar y destruir así a la gente con tanta perversidad?
La Criatura de la Fuente respondió con una voz tan melodiosa como el roce de una joyas (tamawo-koro-gasu-koé):
–De eso precisamente vengo a hablar... Jamás quise maltratar a los humanos. Pero desde hace mucho tiempo un Dragón Venenoso habitaba en esa fuente. Era el Amo de la Fuente, y por él siempre estaba llena. Hace mucho caí en el agua y entonces quedé sometida a su voluntad; y él tenía el poder de hacer que yo atrajera a la gente hacia la muerte, para así poder beber su sangre. Pero ahora el Emperador Celestial ordenó que el Dragón habite de aquí en adelante en el lago llamado Torii-no-Iké, en la provincia de Shinshu, y los dioses han decidido que jamás pueda regresar a esta ciudad. Esta noche, pues, en cuanto él partió, yo pude salir y venir en busca de tu benévola ayuda. Como el Dragón se ha ido, hay en la fuente muy poca agua; si ordenas investigar, allí hallarás mi cadáver. Te ruego que lo rescates sin demora, y sin duda recompensaré tu bondad...
Dijo estas palabras, y se esfumó en la sombra.
Antes del alba se disipó la tormenta; y cuando surgió el sol no había restos de nubes en el claro cielo azul. A primera hora de la mañana Matsumura mandó buscar a los limpiadores de fuentes a que la inspeccionaran. Entonces, para asombro de todos, la fuente estaba casi vacía. La limpiaron sin dificultad, y en el fondo descubrieron ciertos adornos de pelo de estilo muy antiguo y un espejo de metal de forma muy curiosa, pero no había vestigios de ningún cadáver, ni animal ni humano.
Matsumura imaginó, empero, que el espejo quizás guardaba alguna explicación del enigma; pues todos estos espejos son cosas extrañas, ya que tienen un alma propia; y el alma de los espejos es femenina. El espejo, que parecía muy viejo, estaba cubierto por una gruesa costra de arcilla. Pero cuando lo limpiaron con cuidado por orden del sacerdote, resultó ser una obra artesanal muy rara y valiosa, y había maravillosos diseños en la parte de atrás, así como también varios caracteres. Algunos de los caracteres se habían vuelto ilegibles, pero aún podía distinguirse parte de una fecha y unos ideogramas que significaban “tercer mes, el tercer día”. Ahora bien, el tercer mes solía denominarse Yayoi (es decir, el Mes del Incremento); y el tercer día del tercer mes, que es un día de fiesta, aún se denomina Yayoi-nosekku. Al recordar que la Criatura de la Fuente se había presentado como “Yayoi”, Matsumura estuvo casi seguro de que este visitante espectral no había sido otro que el Alma del Espejo.
Decidió entonces tratar al espejo con todos los respetos debidos a un Espíritu. Después de ordenar que lo pulieran y cromaran cuidadosamente, hizo construir una caja de madera fina para guardarlo, y preparar un cuarto en la casa para recibirlo. En la noche del mismo día que lo depositaron respetuosamente en el cuarto, la misma Yayoi compareció inesperadamente ante el sacerdote, sentado a solas en su estudio. Parecía aún más hermosa que antes, pero la luz de su belleza era ahora tan suave como la luz de la luna de verano brillando a través de nubes de blanca pureza. Después de saludar humildemente a Matsumura, dijo con su voz dulce y melodiosa:
–Ahora que me has salvado de la soledad y el dolor, vine a agradecértelo... Soy, como en efecto tú suponías, el Espíritu del Espejo. Fue durante la época del Emperador Saimei cuando por primera vez me trajeron aquí desde Kudara; y habité en la augusta residencia hasta el tiempo del Emperador Saga, cuando fui augustamente ofrecido a la dama Kamo Naishinno de la Corte Imperial[3]. Más tarde me transformé en objeto hereditario de la Casa de Fuji-wara, y así fue hasta el período de Hogen, cuando fui arrojado a la fuente. Allí me dejaron y olvidaron durante los años de la gran guerra[4]. El Amo de la Fuente[5] era un Dragón venenoso que habitaba un lago que anteriormente cubría gran parte de este distrito. Después de que el lago se rellenó, por orden del gobierno, para que pudieran edificarse casas en el lugar que ocupaba, el Dragón se apoderó de la fuente; y al caer en ella quedé sujeta a su poder, y me obligó a arrastrar a muchos a la muerte. Pero los dioses lo han exilado para siempre... Ahora debo pedirte un nuevo favor: te imploro que me hagas llegar hasta el Shogun, el Señor Yoshimasa, quien por ascendencia está ligado a mis anteriores propietarios. Concédeme este último favor, y te traeré buena fortuna… Aunque también debo advertirte de un peligro. En esta casa, después de mañana, no debes permanecer, pues será destruida...–Y con estas palabras de advertencia,Yayoi desapareció.
Matsumura sacó provecho de esta premonición. Al día siguiente hizo mudar a su gente y sus pertenencias a otro distrito; casi enseguida se levantó otra tormenta, aún más violenta que la anterior, provocando una inundación que arrastró la casa donde había habitado.
Un tiempo después, por mediación del Señor Hosokawa, Matsumura logró obtener una audiencia con el Shogun Yoshimasa, a quien le presentó el espejo, acompañado de un relato escrito de su maravillosa historia. Entonces se cumplió la predicción del Espíritu del Espejo, pues el Shogun, muy complacido por este extraño regalo, no sólo le ofreció a Matsumura valiosos regalos, sino que le otorgó una generosa subvención para la reconstrucción del Templo de Ogawachi-Myojin.
El romance de la Vía Láctea, 1905
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[1] Especie de colorete (N. del A.)
[2] Este nombre, aunque infrecuente, aún suele usarse. (N. del A.)
[3] El Emperador Saimei reinó de 655 a 662 (d.C.); el Emperador Saga, de 810 a 842. Kudara era un antiguo reino de Corea suroccidental, mencionado con frecuencia en la historia japonesa antigua. Una Naishinno tenía sangre imperial. En la antigua jerarquía de la corte había veinticinco rangos o grados de damas nobles; la Naishinno se situaba en el séptimo, por orden de importancia. (N. del A.)
[4] Durante siglos, las esposas de los emperadores y las damas de la Corte Imperial fueron escogidas del clan Fujiwara. El período llamado Hogen duró de 1156 a 1159: la guerra mencionada es la famosa guerra entre los clanes de Taira y Minamoto. (N. del A.)
[5] Según antiguas creencias, toda fuente o arroyo tenía un guardián invisible que a veces adoptaba, según se suponía, forma de serpiente o de dragón. El espíritu de un lago o un estanque era comúnmente denominado Iké-no-Mushi, el Señor del Lago. Aquí hallamos el título de “Amo” conferido a un dragón que habita en una fuente, pero el guardián de las fuentes es, en realidad, el dios Suyin. (N. del A.)